Cuando un yogui tradicional escucha acerca de “yoga para fortalecer los glúteos” se arranca los cabellos de estupor, a la vez que es innegable que la mayoría de personas que empiezan la práctica del difundido haṭha yoga o “yoga físico” lo hacen para “estar en forma”, relajarse del estrés de la vida cotidiana, aprender a concentrarse, aliviar problemas de espalda (incluso por recomendación médica) o adquirir elasticidad. Por tanto, en el mundo moderno son muy pocas las personas que se inician en la ciencia del yoga como un camino de auto-conocimiento espiritual (otra cosa es que con la práctica uno desarrolle ese interés) y esa tendencia no es ninguna sorpresa.
Lo sorpresivo, en todo caso, es que (casi) nadie se acerque al yoga para solucionar sus problemas digestivos, cuando los textos antiguos presentan las técnicas yóguicas como una panacea para la digestión, prácticamente con el mismo énfasis con que las recomiendan para el despertar de la mística energía kuṇḍalinī. También es cierto que, en este contexto, el fuego gástrico cumple una función energética (o pránica) y simbólica que va más allá de lo estrictamente fisiológico.
Volviendo al plano físico, en la Haṭha Pradīpikā (siglo 15 d.C.), el manual de haṭha yoga por excelencia, hablando de ciertas posturas (āsanas) se dice que matsyendrāsana “estimula el apetito”, que paścimatānāsana “enciende el fuego estomacal y aplana el vientre” o que mayūrāsana “estimula el fuego estomacal, incinera toda la mala comida y hace digerible el veneno”.
En la misma línea, en cuanto se habla de prāṇāyāma (los ejercicios de control de la energía vital) se dice que la purificación de los canales energéticos trae, entre otras buenas cosas, “estimulación de la digestión” y se nombra la conocida respiración ujjāyi como un ejemplo. Asimismo, entre los seis karmans o acciones purificatorias del cuerpo se dice que vasti (un tipo de enema) “estimula el fuego gástrico” y el popular naulī (masaje de los órganos abdominales) “enciende el fuego gástrico débil y restaura la digestión”.
Siguiendo, entre las diez mudrās clásicas se explica que mahāmudrā quita, entre otras cosas malas, “el estreñimiento y la indigestión” y que el saltarín mahāvedha “incrementa el fuego digestivo”, junto con otras nimiedades como “eliminar la vejez”.
No voy a seguir con la enumeración ni con un repaso de los antiguos textos porque creo que la muestra de más arriba da una buena introducción para mi punto de hoy. Curiosamente, aunque los textos tradicionales hablan de salud en general, no nombran “el dolor de columna” ni la corrección postural, por ejemplo, que son algunos de los beneficios actualmente más difundidos del haṭha yoga. Evidentemente, en dichos textos el foco siempre está puesto en la trascendencia espiritual, pero a nivel físico me parece llamativo el hincapié que se hace en el buen funcionamiento del sistema digestivo y, aún más llamativo, es el contraste con la poca difusión que esos beneficios tienen, al menos de forma explicitada, entre la mayoría de practicantes de yoga.
Nadie nunca, que yo conozca, pone en su ficha de inscripción a clases de yoga: “problemas digestivos”. Quizás se deba a que es un tema que se considera íntimo (¿más íntimo que ser incapaz de relajarse?), o porque fenómenos como estreñimiento, ardor estomacal o “sentirse hinchado” son tan cotidianos que uno se acostumbra a ellos, o porque – mi candidato de hoy – muy pocos saben de forma consciente cuán terapéutico puede ser el yoga para esos problemas.
En la tradición hindú en general la regulación del sistema digestivo tiene gran importancia y evacuar los intestinos temprano por la mañana es un hecho considerado natural. Desde el punto de vista simbólico espiritual, uno se purifica, primero evacuando y luego bañándose, para entonces realizar sus actividades espirituales como meditación, rituales o canto de mantras.
Desde el punto de vista práctico, el yogui necesita tener el estómago vacío para poder realizar con total beneficio los ejercicios respiratorios y físicos. Una rápida respiración abdominal o una torsión profunda siempre serán más fáciles y fructíferas sin la comida de dos días estacionada en los intestinos.
A la vez, como esta regularidad intestinal puede ser difícil de lograr (por algo se venden tantos yogures con bífidus), los antiguos yoguis idearon métodos de purificación (como los arriba citados vasti o naulī) junto con los āsanas que, si bien es mejor practicar con el estómago vacío, también son útiles como herramientas para vaciar el estómago, construyendo así un caso de “círculo virtuoso”.
Swami Kuvalayānanda (1883 – 1966) fue un gran yogui indio que, quizás por ser maestro de profesión, se interesó por el aspecto científico del yoga y comenzó a investigar con microscopios, maquinas de rayos X y medidores de tensión arterial las razones fisiológicas detrás de los beneficios del yoga.
Alguien dijo que “la racionalización del yoga por parte de Swami Kuvalayānanda es equivalente a la racionalización de la gravedad por Isaac Newton”, en el sentido de que Kuvalayānanda también explicitó de forma sistemática leyes naturales que ya estaban funcionando.
En lo relativo al cuerpo humano, Swami Kuvalayānanda explica, de acuerdo con la ciencia médica, que para que éste tenga plena salud debe cumplir tres requisitos:
- Suministro constante de nutrientes y de secreciones de las glándulas endocrinas (a cargo del sistema circulatorio, sistema digestivo y sistema respiratorio).
- Eliminación eficaz de los residuos o excrementos (sistema respiratorio, sistema urinario y sistema digestivo).
- Funcionamiento saludable de las conexiones nerviosas (sistema nervioso).
Como se ve, dos de los requisitos tienen al sistema digestivo como protagonista ya que “la mayoría de los residuos son venenosos y si se permite que permanezcan en el cuerpo de forma innecesaria producen serios trastornos”. Evidentemente, esto no quiere decir que el sistema digestivo sea más importante que los demás, sino que es igual de importante aunque en la propaganda yóguica actual su rol esté bastante ausente.
Al mismo tiempo, y sin que nadie se lo diga, es muy probable que cualquier practicante de yoga descubra, más temprano que tarde, que su digestión mejora de forma considerable si su práctica es regular, aliviando por ejemplo problemas de dispepsia, estreñimiento y flatulencia.
Posturas con el abdomen, o parte de él, en el suelo como bhujaṅgāsana, śalabhāsana y dhanurāsana son especialmente beneficiosas para el sistema digestivo, como así también la mayoría de torsiones y, por supuesto, los movimientos abdominales intensos como el auto-masaje naulī o la contracción abdominal llamada uḍḍiyāna bandha.
Swami Kuvalayānanda incluso va más allá y postula que una de las principales razones por las que se medita con la columna erguida no es tanto la correcta posición de la médula espinal como «evitar la compresión de los músculos y vísceras abdominales», que en posición encorvada perderían tono y se «congestionarían», dando lugar a una «serie de enfermedades».
El yoga es muy efectivo para el bienestar sistema digestivo pero no es mágico, y por eso los yoguis (y los textos yóguicos) hacen gran hincapié en la dieta correcta. Explayarse en qué significa “correcto” a nivel dietario puede ser motivo de insolubles debates y algunos textos (como la citada Haṭha Pradīpikā) dan especificaciones muy concretas (arroz, trigo, cebada, leche, miel, jengibre, pepinos…), mientras que otros textos (como el Gorakṣa śataka o la misma Bhagavad Gītā) prefieren enumerar las características de los alimentos (grasos, dulces, suculentos, oleaginosos…).
Como dice con su natural sencillez Sri Dharma Mittra, “la comida es importante” y, ciertamente, hay bastante consenso en que la dieta yóguica debe ser vegetariana, aunque sin duda todos los textos (y maestros) están de acuerdo en que debe ser una dieta “moderada”.
Para evitar ambigüedades sobre esta moderación se ofrece una fórmula muy clara: “dejar un cuarto del estómago vacío”. Para más detalles, el llenado del resto del estómago se suele dividir en la mitad con alimentos sólidos y el otro cuarto con líquido. O sea, como dice el refrán: “comer para vivir y no vivir para comer”.
En conclusión, el yogui considera que comiendo la comida “correcta” y con moderación y practicando haṭha yoga, el sistema digestivo (y los otros sistemas) estará muy sano y, como consecuencia, el cuerpo tendrá “salud radiante” y estará listo para el verdadero objetivo del yoga: aquietar la mente (¿cómo se puede calmar la mente si hay molestias intestinales o, por ejemplo, dolor de espalda?).
Solo poniendo la mente en silencio puede uno, explican los grandes yoguis, conocer su propia esencia, que es plena y satisfecha en sí misma. Y aunque llegado ese punto el sistema digestivo pierda toda importancia, su rol en el camino parece ser fundamental.
Bastante interesante! Muchas gracias por esta información
Me encantó, espectacular síntesis