He sido padre recientemente (por segunda vez) y eso explica la ausencia de actualizaciones en el blog durante las últimas dos semanas. A la vez este evento me ha hecho pensar, entre otras cosas, en el extraordinario fenómeno de que un alma llegue, una y otra vez, a este mundo. Ya se sabe que cuando uno dirige la atención a una idea todo el entorno parece confabularse para darnos más señales…
Y así fue como caminando por los pasillos de la maternidad con nuestra primera hija, de casi 3 años, vimos una mosca chocando contra el cristal de una ventana que no se podía abrir. Más tarde, el cuerpo inerte de la mosca yacía en el suelo y tuve que decir que estaba “muerta”.
Al día siguiente, el cuerpo de la mosca ya no estaba y ante las nuevas inquisiciones decidí explicarle a mi hija que probablemente lo habrían barrido durante la limpieza para llevarlo a la tierra a que se disuelva, pero que aunque el cuerpo desaparezca “todas las moscas” tienen dentro algo que nunca muere:
– “¿Qué es?”, preguntó expectante.
– “Un alma”, dije..
– “Y nosotros también tenemos un alma”, agregó ella con toda normalidad y un poco inesperadamente para mí.
Este diálogo y ser partícipe de haber traído un alma a este mundo me retrotrajeron a la visita que hice hace poco a una clase de Textos Sánscritos en la Universitat de Barcelona, donde se estaba traduciendo un fragmento de la Kaṭha Upaniṣad, un texto conocido e importante para la tradición hindú, en que el dios de la muerte, Yama, da enseñanza a Naciketas (Nachiketas), un joven noble que rechaza todos los deseos y placeres terrenales con tal de saber qué pasa cuando una persona muere.
Al principio, Yama se niega a dar detalles acerca de esta “sutil doctrina”, sobre la que “incluso los dioses tienen dudas”, pero ante la insistencia y pureza de Naciketas, accede y le habla de ese “tránsito” (sāṁparāya) que permanece “oculto” para las personas irreflexivas y engañadas que piensan que “este es el mundo y que no hay otro”. Y entonces Yama explica acerca del ātman, esa porción divina que reside en el corazón de todos los seres, que es eterna y que no muere cuando el cuerpo muere.
Justamente por la sutileza de esta doctrina de la inmortalidad del alma, la Muerte hace una aclaración inicial, que de hecho es el verso (2.7) que se traducía aquella tarde en clase de sánscrito:
śravaṇayāpi bahubhir yo na labhyaḥ
śṛṇvanto ’pi bahavo yaṁ na vidyuḥ
āścaryo vaktā kuśalo ’sya labdhā
āścaryo ’sya jñātā kuśalānuśiṣṭaḥ
Una traducción posible sería:
“Pocos llegan a escuchar sobre esto;
e incluso cuando lo escuchan, la mayoría no lo entiende.
Extraordinario es aquel que habla sobre ello; afortunado aquel que lo comprende.
Extraordinario es aquel que lo conoce; afortunado aquel que es instruido”.
Sin dudas hace 3000 años, cuando se compuso el texto, esta enseñanza era mucho más difícil de oír que ahora, cuando Swami Googleananda, como le gusta decir a Sri Dharma Mittra, hace accesible toda la información. De todos modos, sigue siendo una doctrina poco difundida que puede ser hasta terapéutica. Conozco el caso de una persona que desde pequeña tenía tanatofobia (fobia a la muerte), al punto de ir a terapia, y que cuando en una formación de profesores de yoga, debatiendo la Bhagavad Gītā, escuchó que el alma es inmortal, su miedo patológico desapareció de una vez y para siempre.
Hablando de la Bhagavad Gītā, en su capítulo II se habla bastante del ātman (traducido como el “ser” o a veces como “alma” o “espíritu”) y fue leyendo la reciente edición del filósofo Juan Arnau (Atalanta, 2016) que encontré un verso (2.29) con una traducción llamativamente parecida al verso en cuestión de la Kaṭha Upaniṣad. Traduce Arnau en su versión en prosa:
“Difícilmente uno puede verlo, difícilmente uno puede oírlo o declamarlo, ni siquiera habiéndolo escuchado lo comprendería”.
Quizás esta traducción no es tan literal como otras, pero la idea que me interesa resaltar hoy es la dificultad de escuchar la enseñanza y, no nos olvidemos, de comprenderla.
En su académica traducción de este mismo verso, Fernando Tola explica que este śloka señala la incomprensibilidad del ātman, una característica “propia de todo lo divino o sagrado o absoluto que se manifiesta”.
Por tanto, comprender esta doctrina trasciende lo intelectual y entra en el terreno de la intuición y la vivencia personal. Pero para eso, primero y por fácil que parezca, hay que tener la fortuna de escucharla. No en vano en grandes tradiciones espirituales de la India se considera la escucha (śravaṇa) como el primer paso necesario para el camino de cualquier aspirante.
Por otro lado, de la inmortalidad del ser se deduce uno de los grandes fundamentos de la religión hindú: la reencarnación. Ya dice la Gītā que el ātman abandona los cuerpos viejos y entra en otros nuevos como si cambiara sus ropajes gastados. En el hinduismo dicha creencia está muy arraigada y va de la mano con la ley del karma, la ley universal de causa y efecto. Ambas teorías son muy útiles para explicar muchas cuestiones que, a primera vista, son consideradas “injustas” o “incorrectas” de este mundo.
En una entrevista le preguntaron al maestro Dharma Mittra cuál era su secreto para estar siempre feliz, y lo primero que respondió fue: “Esta cualidad de contentamiento se deriva de la comprensión de las leyes del karma y de que existe reencarnación”.
Según Dharmaji, si uno tiene un fuerte deseo de liberación comienza a hacerse ciertas preguntas como “Si me muero hoy, ¿adónde voy?” o “¿Existe la reencarnación?”. A lo que agrega, con cierta sorna, “¿Cómo puedes descansar si no lo sabes?”. Dharmaji siempre cuenta que en el momento en que escuchó sobre karma y reencarnación por primera vez el aparente sinsentido del mundo tuvo, de repente, lógica y orden.
Yendo más lejos, dice Dharmaji: “Comprende que debes ponerte feliz de hacerte viejo. Te estás acercando a un nuevo cuerpo, así que no te aferres… El yogui que tiene el conocimiento, o que al menos cree, en el Ser, no se ve afectado por la vejez o por nada”.
Claramente, la reencarnación puede tener una utilidad práctica y puede explicar algunos cabos sueltos de la existencia, pero en realidad no es imprescindible creer en ella para apreciar la vital enseñanza que hay en la doctrina de la inmortalidad del ser. Los grandes sabios no-dualistas dicen que “todo es el Ser” y que el karma, la reencarnación y la supuesta evolución de la conciencia son una forma simplificada de explicar una realidad muy difícil de asir por la mente limitada.
Incluso si no hubiera reencarnación, el ser es inmortal y eterno, y eso es lo que importa. Desde el punto de vista puramente espiritual, las implicancias prácticas no radican tanto en el hecho de volver o no a encarnarse, sino en entender que no somos este cuerpo físico, ni estos cinco sentidos, ni esta mente, ni mis emociones, ni mi familia… y que en realidad somos, como dice el poema, “conciencia y dicha”.
Pero claro, primero hay que tener la fortuna de escuchar esta enseñanza. Y eso no es poco.
muy interesante !! y felicidades por tu paternidad reciente!
¡¡¡Muchísimas gracias por hacer lo posible para que sigamos «escuchando» esta y otras enseñanzas tan fundamentales, tan esencia de lo que somos, de donde venimos y a donde luego «continuamos». Gracias especialmente por esta actualización, por la de la «mota del polvo» y la de «savasana» que recientemente leí, son extraordinarias. Y por supuesto, muchas felicidades por ese segundo hijo, por esa nueva vieja alma que ha aumentado vuestra hermosa familia. Gracias por el esfuerzo de publicar ahora. Namasté Naren.
Saludos. Naren, deberías poner un link a esas traducciones de los textos. Con respecto a qué somos, no somos atman porque ese atman es un reflejo de Brahman en la estructura psicofísica llamada Naren, Elizabeth, Yolanda y fulano. Cuando ud, el sujeto, muere, ciertamente muere porque no hay continuidad de esa personalidad actual que ud tiene, y encima difícilmente recuerde su vida pasada. Lo que renace (el término reencarnación no es correcto) es el samskara (impresión mental, tendencias, etc.) que ud a estado acumulando. Cuando el atman es liberado de ud (la estructura psicofísica), se identifica con Brahman o se absorbe en Este y adiós a la individualidad o personalidad.
Siendo así, a sinceridad, no tiene mucho sentido la espiritualidad. Lo mejor sería vivir humanamente en armonía y ya.
Que me refute Naren si no estoy en lo cierto.
Hola Salvador,
No conozco una traducción fiable de la Katha Upanishad al español que esté disponible en Internet, por eso no había puesto un enlace. A la Gita en cambio sí he puesto, como siempre.
No tengo intenciones de refutar, solo aportar matices:
La palabra âtman es ambigua y en algunos textos se utiliza como sinónimo del ser o incluso de Brahman. Por eso en algunas traducciones aparece âtman con minúscula en referencia el ser individual y Âtman con mayúscula en referencia al Ser supremo. Por ello también se suele distinguir entre jîvâtman (ser encarnado) y paramâtman (el ser supremo).
A mí me gusta decir reencarnación porque se trata de que el âtman/ser vuelve a tomar en cuerpo. Decir nacer implica que hubo muerte y la gracia es que el Ser no nace ni muere. Cuando el cuerpo físico muere, lo que migra al siguiente cuerpo son, ciertamente, los samskaras, que son al parecer parte del cuerpo causal o sutil y estrictamente hablando no hay continuidad de la personalidad actual aunque sí que se arrastarn tendencias. De todos modos, eso es irrelevante porque nuestra personalidad, buena o mala, no es el Ser.
Estoy de acuerdo en que al liberarse de la identificación con el cuerpo físico, sutil, mental y causal uno se reconoce como Brahman, aunque esta visión depende de la escuela teológica hindú que uno siga. La conclusión de que la espiritualidad no sirve si uno ya es Brahman es válida, creo, solo si uno está en ese estado. De lo contrario, necesita mucha espiritualidad y sobre todo mucha práctica espiritual, para darse cuenta y experimentar esa verdad.
Hasta entonces estamos solo especulando.
Saludos,
Naren