La guitarra del blusero B.B. King se llamaba Lucille; los abuelos de mi esposa bautizaron como Enrique a su Seat 126; mi amiga Julieta le puso Bianca a su portátil Mac; Tom Hanks nombró Wilson a una pelota de vóley; y, adentrándonos un poco en la temática de hoy, la legendaria espada del Rey Arturo es conocida como Excálibur. Como se ve, y por curioso que parezca a primera vista, darle nombre a objetos aparentemente sin vida es una tendencia muy difundida en general y tiene una tradición milenaria, especialmente en la India, donde todavía a día de hoy se hacen rituales a los utensilios de cocina, libros de estudio, instrumentos musicales, vehículos o las herramientas de trabajo como forma de adoración y de propiciar su buen uso y provecho durante el año.
Esta visión india de un espíritu esencial en todos los seres y objetos hace muy natural darle nombre a elementos que, en estrecha relación con el hombre, se convierten en compañeros cotidianos. En el contexto de la gran épica del Mahābhārata (Mahabhárata), donde los protagonistas son guerreros, esos objetos que expresan vida son las armas y las trompetas de guerra y por ello muchas veces reciben nombre propio. De hecho, y mostrando más paralelismos, en la tradición medieval castellana el Cid Campeador posee una espada llamada Tizona.
Volviendo al Mahābhārata, cuando digo “trompetas” de guerra también podría decir, haciendo la analogía con otras culturas, “clarines” o incluso “cuernos” y me refiero en realidad a las caracolas de mar, llamadas śaṅkha (shankha) en sánscrito, que cumplen la función de llamar a la batalla y, según el caso, de atemorizar al enemigo.
La sacralidad de la caracola en la tradición hindú no se limita a su uso bélico, sino que tiene directa relación con su sonoridad y su relación con la vibración original AUM (OM). El sonido que se escucha al acercar el oído a una caracola para algunos es el del mar (las aguas primordiales) y para otros la vibración de OM. Asimismo, el sonido profundo que sale de una caracola al ser soplada tiene gran semblanza con esa reverberación primera y universal.
Todavía en la actualidad, soplar la caracola es un símbolo hindú muy frecuente en el ámbito religioso y un gesto considerado auspicioso. Se entiende que su sonido es purificador en sí mismo. Por ello, la caracola que se utiliza suele ser blanca, símbolo de pureza y brillo divinos y, de hecho, se afirma que nunca pierde ese color. Hay un dicho en lengua tamil que dice: “Incluso si quemas una caracola, ésta seguirá siendo blanca”.
A la vez, en los rituales tradicionales hindúes se utiliza la caracola como recipiente para ofrecer o verter agua a una imagen sagrada, en parte por su relación con el mantra OM y en parte por su asociación natural con el elemento agua. En los Purāṇa, los textos antiguos que tratan la historia, la mitología y la cosmología hindú, se explica que entre los elementos maravillosos que nacieron del batido del océano primordial estaba el śaṅkha (masculino en sánscrito) o caracola, que además vino a convertirse en uno de los principales atributos del dios Viṣṇu (Vishnu), con su sonido pudiendo simbolizar “el llamado de lo Divino”.
Hablando de llamados, es en el campo de Kurukṣetra, a punto de comenzar la gran guerra relatada en el Mahābhārata, cuando los estertores de las caracolas se sienten con mayor fuerza que nunca. Y de todas las caracolas que suenan, hay seis que destacan especialmente, no solo por sus nombres propios sino, sobre todo, por sus poseedores: Śrī Kṛṣṇa (Shri Krishna) y los cinco hermanos Pāṇḍava (Pándava), defensores del dharma.
El Señor Kṛṣṇa, que es un rey y un guerrero aunque en esta guerra solo hace de auriga y consejero, es en realidad un avatāra de Viṣṇu, un descenso a la Tierra del dios sustentador del universo que tiene entre sus símbolos principales, como ya vimos, una caracola. Por tanto, el śaṅkha en manos de Kṛṣṇa se puede interpretar naturalmente como el mismo śaṅkha del Señor Viṣṇu, cuyo sonido despierta en el hombre su anhelo, siempre latente, por lo Supremo.
Este simbolismo no es poca cosa, aunque hoy me interesan los nombres. Y la caracola de Kṛṣṇa se llama Pāñcajanya (panchajanya), cuya etimología está relacionada con “los cinco (pañca) tipos de seres (jana)”. Estos cinco tipos de seres serían, según algunas versiones, los dioses (deva); los seres humanos (jana); los ancestros (pitṛ); los músicos y ninfas celestiales (gandharva y apsara); y las serpientes semidivinas relacionadas con el agua (nāgā). En otras versiones también se incluyen a los seres maléficos o demoníacos (asura y rākṣasa).
Por tanto, y siguiendo con el simbolismo que veníamos viendo, se podría entender que ese “llamado divino” de la caracola es para todos los seres y razas, sin importar su condición.
Por otro lado, y como siempre pasa con el hinduismo y su multiplicidad de “verdades”, la sagrada escritura del Śrīmad Bhāgavatam cuenta otra versión de cómo Kṛṣṇa obtuvo su caracola (10:45.30-31 y siguientes):
Después de residir como estudiante en el āśrama (ashram) del sabio Sāndīpani (Sandípani) y ya cumplidos sus estudios, el joven Kṛṣṇa siguió la tradición de ofrecer una guru–dakṣiṇā u ofrenda por las enseñanzas recibidas y preguntó al maestro cómo podía pagarle. Sāndīpani contó que, muchos años atrás, su hijo se había ahogado en el mar y que ni siquiera había podido encontrar su cuerpo, por lo que volver a ver a su hijo vivo sería el mejor regalo que podría recibir.
Sin dudarlo, Kṛṣṇa viajó hasta la costa y exigió al señor de los océanos que devolviera al joven ahogado pero el océano respondió que el culpable no había sido él, sino un demonio llamado Pañcajana, que vivía debajo del agua, adoptando la forma de una caracola marina. Al escuchar esto, Kṛṣṇa se sumergió en el océano, encontró al demonio y lo mató aunque no encontró al hijo de su maestro. Entonces tomó la caracola que se había formado con el cuerpo muerto del demonio y se fue al reino del dios de la muerte, Yamarāja.
Una vez allí, Kṛṣṇa hizo sonar su recién adquirida caracola y, escuchándola, Yamarāja se presentó rápidamente, ofreciendo respetos. Kṛṣṇa dijo que venía a buscar al hijo de su guru, y el dios de la muerte se lo entregó sin reparos. De esta forma, Kṛṣṇa cumplió con su donativo para Sāndīpani. Desde entonces, la caracola de Kṛṣṇa se conoce como Pāñcajanya, que simplemente querría decir “relativa al demonio Pañcajana”.
Sin duda, la caracola de Kṛṣṇa es la más conocida e importante, pero también me dan mucha curiosidad las de los cinco Pāṇḍava y el porqué de sus peculiares nombres. He investigado y preguntado y las respuestas que presento aquí son solo aproximaciones, basado en la tesis de que ningún nombre es casual ni está exento de simbolismo, y de que cada caracola tiene una relación directa con la personalidad o la historia de su poseedor.
Empecemos por Arjuna, el gran arquero, arquetipo del discípulo y del alma humana en su búsqueda de trascendencia. Su śaṅkha se llama Devadatta, que literalmente sería “dada por los dioses”, y de las cinco caracolas de los Pāṇḍava su historia es la más conocida y clara.
Durante un año de los doce del exilio forzado de los Pāṇḍava, Arjuna viajó solo y, entre otras cosas, se dirigió a los Himalayas en busca de los dioses para obtener armas y bendiciones. Allí se encontró con Indra, el dios del cielo y el rayo, que de paso es también su padre. También se encontró y lucho con el Señor Śiva (Shiva) y estuvo con otros devas (Kubera, Yama). Todos ellos le dieron armas, incluyendo la mencionada caracola, que al parecer recibió del dios Varuṇa, rey de los mares. Así de simple… aunque la lectura entre líneas siempre puede ser más profunda.
Como vimos, Arjuna es el discípulo por excelencia, dispuesto a abrirse, a escuchar la enseñanza y a seguir el camino del auto-conocimiento, y como me comentó mi amigo Joan, amante de los símbolos, ese anhelo espiritual se considera en muchas tradiciones como un “don Divino”, un regalo de Dios, pues sin ese ardiente deseo por la liberación (mumukṣutva, en sánscrito) no hay posibilidad de trascendencia. Por tanto, los dones que recibe Arjuna no se limitan a las poderosas armas o a su regio linaje, sino que también tiene el regalo más valioso: anhelo por Dios.
El hermano mayor de los Pāṇḍava, Yudhiṣṭhira (Yudhíshthira), es hijo de Dharma, el dios del orden moral, la justicia y la virtud. Por tanto, el rey Yudhiṣṭhira es la manifestación humana del dharma, el orden y sostén del mundo y casi (digo “casi” porque en cierto momento él sucumbe a la tentación de un juego de dados, que es vital para la trama de la historia) todos sus actos y palabras están guiados por la rectitud, la nobleza y el bienestar colectivo.
A pesar de su nombre, “firme en la batalla”, y de guiar las huestes de su ejército en la guerra, Yudhiṣṭhira tiene más bien el temperamento de un renunciante que de un guerrero. Sin embargo, su śaṅkha se llama Anantavijaya, es decir “victoria (vijaya) eterna (ananta)”.
Desde el punto de vista bélico el nombre podría ser apropiado, ya que el ejército de Yudhiṣṭhira fue el vencedor de la guerra, aunque solo en el sentido de recuperar el reino porque a nivel emocional, familiar y social fue una inolvidable tragedia para todos, incluyendo los pocos sobrevivientes.
Por tanto, y esta es solo mi hipótesis, la cualificación de “siempre victorioso” podría estar más relacionada con la idiosincrasia dhármica de Yudhiṣṭhira, pues si hay algo que siempre vence es el dharma, la ley cósmica en armonía con el orden universal.
Por ello en el Mahābhārata se repite con frecuencia la idea (XI.14, por ejemplo):
“yato dharmastato jayaḥ”
Es decir:
“Allí donde está el dharma, allí está la victoria”.
El más fuerte de los Pāṇḍava, el glotón y temperamental Bhīma, es también un grandulón de buen corazón, siempre y cuando no se metan con él. Su nombre significa “el terrible” y en la batalla es implacable y sin duda difícil de derrotar. Su caracola se llama Pauṇḍra, y quiere decir “relativo a Puṇḍra”, que es el nombre de una antigua región al noreste de la India, de sus habitantes y también de uno de sus reyes.
Según el Mahābhārata, estas tierras estaban habitadas por tribus “bárbaras” que no respetaban la religión védica y es por ello que, antes de la gran guerra, el terrible Bhīma hizo una expedición para someterlas, con éxito, al reino de su familia.
No he podido encontrar referencias textuales directas ni datos detallados, pero la hipótesis principal es que Bhīma obtuvo su caracola durante sus conquistas por el noreste (quizás actual Bengala Occidental) y de ahí su nombre. Cuando llegó la hora de la gran guerra, y sin que esto sea una sorpresa, los puṇḍra junto a otras tribus de aquella zona se alistaron con el ejército de los Kauravas, los enemigos de los Pāṇḍava.
Si la hipótesis es correcta, de punta se les deben haber puesto los pelos a los pobres puṇḍra cuando escucharon su propia caracola sonar de la boca del guerrero más terrible de todos, hijo de Vāyu, el poderoso dios del viento.
Nakula (Nákula) y Sahadeva, los dos Pāṇḍava restantes, son gemelos y son hijos de los Aśvin (Ashvins), dioses védicos también gemelos, relacionados con los caballos, la agricultura, la medicina y también con el ciclo del día y la noche. En los textos antiguos se explica que los Aśvin son jóvenes, bellos y benevolentes.
Pues, de tal palo tal astilla: entre las descripciones de Nakula y Sahadeva en el Mahābhārata encontramos frases que los definen como “los seres más hermosos de entre todas las criaturas”; “de belleza sin igual en la tierra”; o “de rasgos hermosos y siempre dedicados al servicio de sus mayores”.
En concordancia con estos atributos de belleza y energía, la caracola de Nakula se llama Sughoṣa (sughosha) y la de Sahadeva Maṇipuṣpaka (manipúshpaka). Veamos detalles…
Sughoṣa quiere decir “bien sonante” o, más poético, “dulcisonante” y podría ser un nombre apropiado para alguien hermoso o, más bien, para alguien mesurado y respetuoso que usa las palabras de forma justa para complacer a los demás. Lo único curioso para mí es la etimología del nombre Nakula, que tradicionalmente se suele definir en relación a su hermosura y que, revisando distintas fuentes, no puedo confirmar.
De hecho, la principal acepción del término nakula es “mangosta”, un mamífero similar a una comadreja o un tejón, y cuya especie principal en la India es de color “gris”. Una de sus características principales es que come serpientes y no se ve afectada por su veneno. En términos mitológicos la mangosta está relacionada con el deforme Kubera, el dios de las riquezas y protector de los tesoros, y también jefe de los espíritus del bosque (yakṣa).
Es un tanto extraño que alguien tan hermoso como Nakula tenga el nombre de “mangosta”, que no es un animal considerado especialmente bello, aunque sí muy auspicioso por ser enemigo de las serpientes y dador de riquezas. A la vez, se podría entender que a pesar de su carácter reservado y no feroz, Nakula no teme enfrentarse a sus enemigos, por más letales que puedan parecer.
Siguiendo esta pista, en el Veṇīsaṁhāra, una obra teatral india de alrededor del siglo VI-VII E.C. que adapta algunos hechos del Mahābhārata, aparece una escena en que la esposa de Duryodhana, el jefe de los Kauravas, sueña que una mangosta (nakula) mata a cien serpientes. En la obra esto se considera un presagio de que los Pāṇḍava matarán a los cien hermanos Kaurava.
Yendo un poco más allá con esta analogía Nakula-mangosta, desde el punto de vista biológico parece ser que, en la fase del cortejo y en el momento del apareamiento, las mangostas emiten un sonido agudo, que yo personalmente nunca he escuchado y que quizás se pudiera relacionar con el “dulcisonante” de la caracola.
En cuanto a Sahadeva, cuyo nombre significa “con los dioses” o “que tiene a los dioses con él”, podemos decir que su caracola Maṇipuṣpaka podría traducirse como “joya florida”, que es un título muy evocativo en relación, otra vez, a su hermosura física y sus nobles cualidades.
No he encontrado pistas viables sobre el origen de esta caracola, aunque por el nombre uno se la imagina, o bien envuelta en una guirnalda de flores, o bien engarzada con gemas, quizás porque una de las acepciones de la palabra puṣpaka es un tipo de “brazalete enjoyado”.
Siempre buscando una segunda lectura más espiritual, uno podría decir que una persona que es bella, inteligente y que posee grandes conocimientos y a la vez se mantiene humilde y servicial es, sin duda, una “joya” y, por supuesto, nunca dejará de tener a “los dioses” a su lado.
Gracias Naren!!!
Buena investigación Naren. En alguna ocasión he leído que aprecias a Paramahansa Yogananda. No se si conoces su interpretación de Bhagavad Guita «Dios Habla con Arjuna». A partir de la estrofa I:12 relaciona con profundidad el papel de las distintas caracolas y sus sonidos, con el proceso de la meditación y con las distintas modalidades vibratorias del sonido OM, según se describe en los aforismos de Patanjali. También ahonda en el significado etimológico de sus nombres…
A mi me resultó fascinante y revelador.
Permíteme que te invite a investigarlo (y disfrutar de la reflexión en su lectura) como «un compañero en el camino».
Te doy las gracias también por tus artículos, siempre alegres e inspiradores.
Gracias. Muy Interesante y ameno.
(Me gustaría llamar la atención acerca de las analogías existentes entre Arjuna y Hércules en cuanto a que ambos reciben regalos útiles por parte de los dioses)