Leyendo el original libro Felicidad. Manual de Instrucciones de Javier Salinas me he reído bastante y también me he sentido muchas veces identificado con ese ‘yo’ individualista y desgraciado al que se dirige el texto. Hablando de que uno se cree el juez del mundo y siempre espera que cambien los demás (o todo el universo) para ser feliz, Javier dice:
«Una buena terapia sería que todos fuéramos por las calles disfrazados de emperadores de las galaxias. Todos vestidos con coronas, montados en elefantes y con un séquito de mil personas. Todos así disfrazados todo el tiempo, en el autobús y en el supermercado. Hasta que alguien dijera que es imposible vivir de ese modo y que habría que quitarse un poco de ropajes, coronas y séquitos”.
Llevado al absurdo quizás es fácil de ver, pero la verdad es que uno siempre se considera el centro del mundo, lo cual en cierta forma es cierto, aunque lo grave es que consideramos al resto de los seres como la periferia (cuando son tan céntricos como uno). El tomarse muy en serio a uno mismo y considerarse fundamental para el funcionamiento del cosmos es un síndrome que he sufrido mucho tiempo y contra el que todavía estoy luchando, y creo que una de las imágenes que más influyó en mi cambio de perspectiva está relacionada con la astronomía.
Hace unos meses escribí un post sobre la Vía Láctea y durante mi investigación vi fotos de lo insignificante que es nuestro sistema solar dentro de la galaxia, y a la vez lo insignificante que es nuestra galaxia en un cosmos con millones de galaxias… Ni qué hablar de lo insignificante que es el planeta Tierra en el total del universo y ya no hace falta adjetivar la insignificancia de este escritor en el panorama total.
Esta “revelación” no me hizo sentir un pobre diablo, sino que me dio un golpe de sana humildad y también de ligereza: el universo no depende de mí, puedo sacarme ese peso de los hombros y simplemente ser libre.
Antes que a mí, al famoso astrónomo Carl Sagan le pasó algo parecido viendo una fotografía de la Tierra tomada por una sonda espacial desde una distancia de 6000 millones de kilómetros. En ella se ve a nuestro planeta como un pixel, un punto de luz azulada casi imperceptible en la vastedad del universo y a partir de ahí Sagan escribió un libro llamado Un punto azul pálido (Pale blue dot en inglés). En ese libro el autor dice:
«En este punto azul pálido se encuentra todo aquello que amas, todo aquello que conoces, todo aquello de lo que has oído hablar, cada ser humano que existió y que vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada ‘superestrella’, cada ‘líder supremo’, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.
La Tierra es un pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertidos por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades con las que los habitantes de una esquina de ese pixel asolaron a los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, la avidez de matarse unos a otros, lo ferviente de sus odios. Nuestras poses, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo; todos esos paradigmas son desafiados por la realidad de ese pequeño punto azul pálido.
Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran y envolvente oscuridad cósmica… Quizá no hay mejor demostración de la tontería de la arrogancia humana que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo”.
Hace algunos siglos, quizás entre el VII y IX de nuestra era, vivió uno de los cuatro poetas y santos tamiles más reverenciados en el sur de la India conocido como Mānikavasagar (Māṇikkavācakar en sánscrito). Sus cantos y poemas devocionales son una joya del misticismo shivaita tamil y son cantados todavía hoy por miles de devotos, aunque en español su obra es casi inédita, desgraciadamente.
Mānikavasagar vivió solo 32 años, fue un gran devoto del Señor Śiva en su aspecto de Naṭarāja, el bailarín cósmico, y además de su gran visión espiritual (o justamente por ello) tenía visión astronómica.
En el excelente y ahora difícil de conseguir libro Mística medieval hindú, editado por Swami Satyānanda Saraswatī, aparece un esbozo de la vida y obra del santo tamil acompañado de un puñado de elevados poemas. En uno de ellos, se explica que los cuerpos celestes del cosmos superan los mil millones, un número descomunal que no es casual, ya que solo muchos siglos después la tecnología científica ha confirmado lo que el santo visualizó con su ojo yóguico.
Y sobre esto, Mānikavasagar se explaya, devocional:
“Dios es tan grandioso que, ante Su presencia,
todos estos mundos resultan como esas diminutas partículas atómicas
que se ven flotando en los rayos del sol que penetran en un casa”.
Cuando, hace tiempo, marqué estas palabras con lápiz no pensaba en escribir un post, sino que la claridad de la analogía me impactó con la fuerza de la experiencia. Igual que sentado en la cama veo entrar el rayo de luz por mi ventana y veo flotar esas partículas de polvo, así podría verse nuestro mundo – y qué decir de nuestras vidas individuales – por un Ser supremo o simplemente por uno mismo si amplía la perspectiva.
Otra vez, esta visión de ser algo insignificante no me produjo sensación de tristeza ni desaliento, sino de quietud interna y, al mismo tiempo, me pareció una imagen hermosa: ese rayo de luz, cálido, siempre presente, rodeando y guiando a esas motas de polvo, que bailan al ritmo del orden cósmico, aunque muchas veces no lo sepan.
Y como siempre pasa cuando se está receptivo, llega a mí un discurso (hasta ahora inédito) que dio Swami Premananda en 1984, en Sri Lanka, y habla de nuestra actitud vital, de nuestra relación con Dios y de motas de polvo, claro:
“Si pudiéramos entender a Dios en esta vida, entonces eso sería suficiente, todo lo demás sería innecesario… Por lo tanto, es esencial entender a la divinidad en nuestro interior… Esta vida no nos ha sido dada para vivirla por mil años. Como máximo podemos vivir cincuenta, ochenta o noventa años. En ese corto tiempo vivimos haciendo tantas diferencias y distinciones entre nosotros. ¿Por qué? La razón es que pensamos que somos los más grandes. Nadie es grande. Dios es más grande que todo y todos. Somos solo una simple mota de polvo y sin embargo pensamos que somos grandes e importantes.
¿Por qué tenemos esta mentalidad competitiva en esta corta vida? ¿Por qué marcamos tantas diferencias y distinciones? ¿Por qué diferenciamos entre nacionalidades? ¿Por qué tenemos envidia? ¿Por qué odiamos a otros? ¿Por qué realizamos actividades inmorales? ¿Por qué herimos los sentimientos de los demás? ¿No tenemos amor en nuestros corazones? ¿No tenemos la bondad de la humanidad en nuestro interior? ¿No somos todos hijos de Dios?
¡Todos somos hijos de Dios! No hay duda de ello. Es gracias a Dios que estamos aquí y con sus bendiciones nacimos en este mundo. Es Dios quien hace que este cuerpo se mueva y viva. No nos damos cuenta de cuanta fe y confianza deberíamos tener en Dios. Dios es esa gran energía que puede resolver todos tus problemas y darte paz. Dios es esa gran energía que es una panacea para todas tus enfermedades. Dios es esa gran energía a través de la cual puedes hacer cualquier cosa en tu vida… Pero en lugar de entregarnos a Dios, pensamos que somos lo más grandioso del mundo”.
Así es la cosa, uno cree que es el emperador de la galaxia, que el universo está ahí para complacernos y ajustarse a nuestras exigencias, y a pesar de la corona dorada y el título lo curioso es que uno se siente con frecuencia un desgraciado.
La culpa es de los demás, claro, esas motas de polvo a nuestro servicio… Pero y si, escuchando a los santos, poetas y astrónomos vieras por un momento que tú también eres una mota de polvo entrando por la ventana ¿qué pasaría?
Eso sí, no te olvides, una mota de polvo volando envuelta en un eterno rayo de luz.
Hay dos poemas de Manikavasahar en el libro «Antología de poesía devocional de la India» de Jesús Aguado (Olañeta, editor).
Se puede «encontrar» la Introducción en .pdf al libro «Mística Medival Hindú y su contenido histórico» de Swami Satyananda Saraswati mencionado, enlazando
https://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwiY2Zqfkp3MAhUDxxQKHT25CcAQFggiMAE&url=http%3A%2F%2Fadvaitavidya.org%2FWordPress3%2Fwp-content%2Fuploads%2F2013%2F09%2Fmistica_medieval_hindu_y_su_contexto_historico.pdf&usg=AFQjCNHDI2eSLB5HlXVnbR-QcIZt_33oNg
Gracias Ignacio, ya he agregado el enlace al post.
Saludos
Gracias porque hoy he llegado hasta este tu texto y me has hecho tomar un poquito más de conciencia de mi existencia, de la Vida, y de la luz que soy y de la que formamos parte.
Cuando venga la Primavera,
Si yo ya estuviera muerto,
Las flores florecerán de la misma manera
Y los árboles no serán menos verdes que en la Primavera pasada.
La realidad no me necesita.
Siento una alegría enorme
Al pensar que mi muerte no tiene importancia alguna
Fernando Pessoa