Si poner nombres sánscritos a los hijos está en boga entre nosotros los occidentales, sin dudas el nombre Umā es uno de los más populares para niñas, pues reúne varios requisitos muy buscados: brevedad, sonoridad, facilidad de pronunciación y, por qué no, belleza. Conozco un par de pequeñas Umās en Barcelona y con mi esposa ese fue uno de los nombres que barajamos para nuestra hija (aunque elegimos otro). Ahora, por la pregunta de una amiga a la que le encantaría ese nombre para su futura hija, me pareció buen momento para profundizar en su etimología, historia y significado.
Primero que nada hay que decir que Umā es otro nombre para designar a la diosa Pārvatī (pronúnciese ‘Párvati’), que es el nombre más difundido para referirse al aspecto amable de la Śakti (‘Shakti’, energía femenina) del Señor Śiva (Shiva), que es el dios encargado de la destrucción/transformación del universo. Como la energía de acción de Śiva, su Śakti puede ser muy feroz (en los aspectos de Kālī o Durgā por ejemplo), aunque también tiene un lado maternal y afable que se personifica en Pārvatī, de la cual se dice a veces que es la diosa de la procreación.
De esta forma, diferentes aspectos o episodios en la vida de Pārvatī dan pie a diferentes nombres, mostrando un vislumbre de la infinitud de la Divinidad y también, en cierta manera, la necesidad mental humana de crear símbolos y poner etiquetas.
Por ejemplo, Pārvatī puede llamarse Satī, en su aspecto de esposa virtuosa y fiel, o también puede ser simplemente Devī, la Diosa por excelencia. Para el caso que nos interesa hoy es útil saber más detalles de la historia de Pārvatī, cuyo nombre significa “la de la montaña”, pues es hija de Himavat (personificación del Himalaya) y de la sensual apsarā (ninfa celestial) Menakā (o Menā), que baja de los planetas celestiales de cuando en cuando.
En un momento dado, un poderoso y malvado asura (demonio) llamado Tarāka estaba sembrando el caos entre los seres celestiales, pues era invulnerable, o casi. Cuando se le otorgaron sus poderes Tarāka había pedido (porque la inmortalidad no se le da a nadie) que sólo pudiera ser muerto por un hijo de Śiva, lo cual era muy improbable porque un asceta como Śiva, rey de los yoguis que se pasa todo el día en meditación y practicando tapas, auto-disciplina, jamás, se supone, pondría sus sentidos al servicio del acto de procrear.
Viendo el desastre que estaba haciendo Tarāka, todos los dioses decidieron enviar a Kāmadeva, el dios del amor y el erotismo, a despertar la pasión amorosa en Śiva. El Señor Śiva habita en el monte Kailāsa (o Kailash), en la cordillera nevada del Himalaya, y justamente allí también estaba la joven y montañesa Pārvatī, que por amor atendía las necesidades básicas del huraño ermitaño aunque sin ser nada correspondida. Entonces llegó el dios Kāma y con su arte convirtió el desolado pico nevado en un jardín exuberante, saturado con la fragancia de la primavera y con el canto de los pájaros como banda sonora.
Kāmadeva tensó su arco de caña de azúcar, con la cuerda hecha de zumbonas abejas, y preparó una de sus flechas de flores apuntando directamente al corazón de Śiva. En el momento de soltar la flecha, Śiva, que no en vano es un yogui, percibió algo perturbador y abriendo su tercer ojo soltó un rayo de fuego que redujo al pobre Kāmadeva a cenizas, las mismas cenizas con las que recubre su cuerpo desnudo, demostrando su control sobre las pasiones.
Pārvatī, en lugar de decaerse, decidió que si no podía conquistar a Śiva con su hermosura y su servicio, lo haría a través de la práctica ascética. Fue en ese momento en que su madre, la apsarā Menakā, acostumbrada a los placeres sensuales y horrorizada porque su joven hija se dedicara al ascetismo exclamó: «U mā”, es decir “Oh, no [practiques austeridades]” y de allí nace el nombre Umā.
Entonces Pārvatī (o Umā) comenzó a realizar mortificaciones que podían superar las del mismo Śiva: estar de pie sobre una sola pierna por semanas; meditar día y noche; en verano sentarse rodeada de fogatas bajo el sol del mediodía; en invierno hacer ejercicios respiratorios sentada en el hielo…
Notablemente, mientras más penitencias realizaba, más hermosa se volvía la joven, e incluso más brillante, de ahí que otro de los epítetos más conocidos de Pārvatī sea Gaurī, “la dorada”. En este mismo sentido, el nombre Umā también se suele traducir como “luz” o “esplendor”, aunque no tenga una justificación etimológica clara. De hecho, algunos diccionarios dan como primera acepción de umā la palabra “lino”, en relación al tejido de esa planta, ya que podría ser que el nombre derivara de un verbo (vā) que significa “tejer”.
Lo que es seguro es que los estudiosos están de acuerdo en que la primera mención del nombre de la diosa Umā en las Escrituras ocurre en la Kena Upaniṣad (3.12), donde se confirma que ella es la “hija de Himavat”, que posee “gran esplendor” (bahuśobhamāna) y donde, según el indólogo Alain Daniélou, “aparece como una mediadora” entre Brahman y los demás dioses.
A la vez, Daniélou, en su a veces curioso estilo poético-esotérico, agrega que el nombre Umā a menudo se interpreta como “la paz de la noche” en cuanto esposa de Śiva, a quien el autor le gusta traducir como “el señor del sueño”.
Pero volviendo a la historia en la montaña y las austeridades de Pārvatī/Umā, ya que estoy seguro de que todos desean conocer el final, después de tantas penitencias y mortificaciones la joven logró la atención de Śiva, a quien le atrajo más la disciplina y la determinación que la belleza física.
A este punto, Śiva se acercó a Pārvatī bajo la apariencia de un asceta cualquiera y, para ponerla a prueba, cuestionó su interés por una persona (él mismo, claro) que no tenía posesiones, ni familia, ni riquezas ni saris de seda para ofrecer, a lo que la joven respondió que Śiva era el Absoluto aunque no hiciera despliegue de su poder y que si él no se casaba con ella, ella permanecería virgen para siempre.
Ante esta respuesta llena de devoción y de sabiduría, Śiva reveló su verdadera identidad y aceptó a Pārvatī como su mujer, convirtiéndose así en el paradójico (y feliz) caso de un asceta y hombre de familia a la vez, gracias, sobre todo, a la dedicación de su esposa que, en realidad, llámese Umā, Pārvatī o Gaurī no es otra que la esplendorosa Madre Universal que mueve todo el cosmos.
¡Jaya Mā!