(Continúa de la semana pasada)
Protesta
Ante el torrente incesante de ofertas comerciales que me asaltaba en las calles de Puttaparthi mi reacción fue la de recluirme en el ashram, sin salir a la calle por algunos días. Nada me faltaba, porque dentro del ashram, de tan grande, hay una cantina y también hay tiendas que satisfacen las necesidades básicas y más.
Mi reclusión fue más bien una protesta contra la vorágine comercial; me parecía ridículo viajar miles de kilómetros en un plan espiritual hasta la India, tierra sagrada, para terminar regateando vestidos con los lugareños.
Lo que hice, en cambio, fue dedicarme lo más que pude a la práctica espiritual; es decir, a estar más tiempo en silencio, a repetir mantras, y a meditar, o mejor dicho, a sentarme con las piernas cruzadas y los ojos cerrados para tratar de concentrar la atención en un solo punto.
El cambio surtió efecto, pues al quedarme dentro del ashram tuve un poco más de armonía y sentado simplemente en el balcón de nuestro pabellón, repitiendo un mantra, me sentí satisfecho.
Por la misma época, supe de una actividad para los hispanohablantes que se llevaba a cabo promovida por el ashram. Se trataba de charlas a cargo de un discípulo cercano de Baba. Un hombre bastante anciano, muy menudo, con barba no muy larga y un gorro redondo, similar al que utilizan los musulmanes. Sus respuestas eran el fiel reflejo de las enseñanzas espirituales de su maestro, al que citaba constantemente, sin ninguna intención de llevarse el mérito por lo dicho.
Este hombrecito sabio irradiaba mucha calma, a la vez que fortaleza, y no tenía reparos en ser tajante o duro con las respuestas si era el caso, aunque siempre de buena manera.
En una charla yo le pregunté sobre la utilización del mala, que vendría a ser un rosario hindú, es decir un collar cuentas para la repetición de mantras; él me explicó lo que representaba cada dedo de la mano y cuales, según Sai Baba, debían ser usados – pulgar, índice y mayor dijo – para el mejor resultado.
Teniendo en cuenta que yo había leído que para los rituales los dedos indicados era el anular y el meñique, planteé mi duda. Lo primero que el hombrecito me respondió con total serenidad, sin nada de rencor, fue:
“Quizás algunos sacerdotes usan otros dedos, yo sólo digo lo que me enseño Baba. Si dudas o no, es tu problema”.
Entonces yo quise hacer algunas aclaraciones, insistí en el tema y el hombrecito me cortó en seco: “Mantén la mente clara”.
Fue una de esas frases de parábola mística oriental que para satisfacer el imaginario debería haber estado acompañada por una brisa que hiciera caer tres flores de la planta de jazmín, o por un guijarro cayendo en el plácido estanque, ahora lleno de ondas.
Nada de eso sucedió, sin embargo, y mi primera reacción antes ese comentario fue negativa. Digamos que me chocó porque yo estaba allí debido a que creía en Sai Baba, no porque dudara. A la vez me lo tomé personal, pensando “quién es este hombre para juzgar la calma de mi mente”.
Después de pensar en el tema unas horas, me pareció que algo de razón tenía este hombre, ya que tener un maestro espiritual implica confiar en sus palabras y en mi caso yo no estaba cien por ciento convencido en esta cuestión particular. El hombrecito, discípulo fiel de Baba, confiaba tanto que no se preocupaba en discutir otros puntos de vista.
Todos los maestros espirituales dicen que no es bueno seguir al mismo tiempo las enseñanzas de distintos maestros, ya que si bien la esencia puede ser siempre la misma, las formas pueden variar y por ende eso puede generar confusión y malentendidos.
La figura que se usa habitualmente es la de “No tener un pie en cada barca, pues puedes caer al agua”.
Una vez que mi ego herido se hubo aliviado, me reconcilié con la situación.
Yo hacía un tiempo que sentía a Swami Premananda como mi maestro espiritual y el evento, a priori ingrato, de ser reprendido por el viejo discípulo me hizo reflexionar más profundamente sobre este tema y terminar de darme cuenta que mi maestro espiritual no era Sai Baba, más allá de todo lo bueno que él tenía; lo cual no significaba menospreciar o desvalorizar a Baba, sino aclarar mi mente sobre la cuestión de a quien iba a seguir con determinación.
Despedida
Antes de marcharnos hubo, por supuesto, un momento de comedia de enredos típico de mi padre y su desconocimiento de la lengua inglesa.
En la cantina, a la hora de las comidas, hay siempre algunas mujeres que sirven los platos según el pedido de cada uno. En un momento dado mi padre agarró una rodaja de pan sin pedirla y la mujer le dijo unas palabras en inglés al tiempo que señalaba la canasta del pan con una pinza de metal.
Mi padre, que quizás en esto sea heredero de los grandes cómicos del cine mudo, decidió agarrar otra rodaja pues su interpretación de la situación había sido “No sea tímido, tome otra rodaja”.
La señora, ya estricta de por sí, al ver la impertinencia de este hombre le pegó con la pinza en la mano como escarmiento. De manera instantánea, entonces sí, mi papá empezó a entender algo de inglés.
Después de la experiencia con Amma, desde la llegada al ashram de Sai Baba el lugar me pareció demasiado poblado y el trato muy impersonal. Al estar esos días sin salir, más focalizado en mi interior, me sentí más cómodo y experimenté bastante paz interior. Mi opinión sobre Prashanti Nilayam fue cambiando y las charlas con el hombrecito sabio me habían dejado reflexionando sanamente.
Al momento de partir yo sentía que era el momento justo para seguir el camino y que mi experiencia con Sai Baba y su ashram había sido satisfactoria, ya que a pesar de todo el barullo externo había logrado un cierto contacto con mi interior, y con que otro propósito, sino, estaba yo en la India.
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Bendiciones!!!!