Una reflexión personal – con influencia colectiva – sobre cuán lícito, útil y necesario es emitir juicios en la vida. Siempre tomando las enseñanzas yóguicas como parámetro.
Si practicas Yoga, alguna disciplina relacionada con la espiritualidad
o te interesa la esfera de lo que se denomina “crecimiento personal”, habrás
escuchado más de una vez que “No hay que juzgar”. Suena lógico y, como
pasa con muchas otras frases o enseñanzas espirituales (“todos somos uno”, “todo
está dentro de ti”, “vive el presente” …), yo creo que la aceptamos sin realmente
analizar sus implicancias.
A primera vista juzgar nos suena negativo porque en el habla popular es sinónimo de “criticar”, en el sentido de hablar mal de alguien. Sin embargo, ni siquiera la RAE da este significado negativo, pues en su tercera acepción (las dos primeras son más bien jurídicas) “juzgar” se define simplemente como:
“Formar opinión sobre algo o alguien”
Basta un momento de autoanálisis para darse cuenta de que uno siempre está “formándose opinión” de la vida, es decir “juzgando”. Por ese motivo las enseñanzas espirituales con frecuencia hablan de “suspender el juicio” para dejar que la realidad nos hable tal cual es sin que interfieran nuestros preconceptos, expectativas o tendencias emocionales. Este objetivo de establecernos más allá de la mente es, como sabemos, el leitmotiv de la práctica yóguica, pues solo más allá del pensamiento podríamos encontrar quietud y bienestar permanentes.
Estas ideas no son monopolio de la India, como demuestra, por ejemplo, la corriente griega de los escépticos que, bien entendida, refiere a ir más allá de las apariencias y de las opiniones. En palabras del antiguo médico griego Sexto Empírico en sus Hipotiposis pirrónicas:
“A la suspensión del juicio en todo sigue la
imperturbabilidad”
O sea que si uno lograra superar la tiranía de los pares de opuestos (bueno/malo, correcto/incorrecto, me gusta/no me gusta…) estaría en un estado de paz mental. En el habla popular esta idea se manifiesta en expresiones como “a esa persona le da todo igual” que no parece ser laudatoria y es que, en cierta manera, se ha confundido el escepticismo con la indiferencia o la apatía.
Volviendo a la India, la suspensión del juicio fue sin duda alentada por el Buddha Śakyamuni, al menos en lo referente a las cuestiones metafísicas o teológicas. Y es justamente en la tradición yóguica en sentido amplio donde encontramos constantes referencias a ese espacio de pura consciencia donde no existen distinciones ni elucubraciones.
Hasta aquí vamos bien, pero entonces uno comprueba que la misma tradición yóguica también nos habla profusamente de utilizar el juicio. La filosofía Sāṁkhya, considerada la más antigua de las escuelas ortodoxas hindúes, afirma que el método fundamental para distinguir entre el Espíritu (nuestra esencia) y la Materia (lo coyuntural) se llama viveka khyāti o “conocimiento discernidor”. Se trata de un proceso que pertenece al ámbito más sutil de nuestra actividad mental (técnicamente, la buddhi) y consiste en saber discriminar entre lo impermanente y lo cambiante. El propio Yoga de Patañjali y su método, que hasta los haṭha yoguis estudian, se asienta en este postulado.
Desde otro punto de vista filosófico, la escuela del Vedānta Advaita, el famoso no dualismo radical, nos dice que viveka, el “discernimiento entre lo real y lo irreal”, es la primera (entre cuatro) de las cualidades requeridas para todo aspirante espiritual. Sin hablar de escuelas filosóficas poco conocidas en Occidente como el Vaiśeṣika y el Nyāya que se basan en el análisis sistemático de la realidad, al punto de llegar en algunos textos a querer probar la existencia de Dios de forma racional.
Indagando todavía más atrás, tenemos los diálogos de las Upaniṣads donde la argumentación analítica es la forma principal de comunicar un mensaje místico que está más allá de las palabras. Paradójicamente, como no podía ser de otra manera, es en el resbaladizo terreno del debate y del cuestionamiento de opiniones donde se pretende desvelar la realidad en estado puro. De hecho, algunos sabios (ṛṣi) upanishádicos están en abierta discrepancia entre ellos sobre variadas cuestiones fundamentales y la forma de llegar a un acuerdo es, muchas veces, a través de la “reflexión discernidora”.
Por su parte, a nivel popular tenemos expresiones como “ser juiciosos” o “estar en su sano juicio” que remiten a virtudes positivas y, a nivel educativo, los paradigmas pedagógicos actuales parecen estar de acuerdo en que los infantes deben aprender a desarrollar el “pensamiento crítico” en el sentido de “poner en tela de juicio” ciertas afirmaciones o creencias para ser capaces por sí mismos de diferenciar entre lo verdadero y lo falso.
Después de sopesar ambos lados de la balanza, podemos llegar a una primera conclusión a nivel de lenguaje. A pesar de ser sinónimos en cierto contexto, “juicio” o “crítica” suenan peor que “análisis” o “discernimiento”.
Toda las ideas que estoy vertiendo aquí vienen detonadas porque una estudiante se sorprendió (¿horrorizó?) cuando, en una charla en relación con la Bhagavad Gītā, dije que juzgar no estaba mal. A partir de ahí pedí opinión (juicio) sobre el tema a mis contactos de Facebook, muchos de los cuales están vinculados con el Yoga y la espiritualidad, y se armó un debate muy rico y variopinto que me fue muy útil. La cuestión del lenguaje antes mencionada, en relación con elegir la palabra adecuada salió a la luz como un componente importante. De todas las ideas aportadas yo me quedé con las siguientes (el copyright no es mío):
“No creo que juzgar sea malo en sí mismo. La crítica despiadada sí lo es. La razón humana está hecha para ver, comprender, juzgar y actuar. Siempre que se haga con discernimiento no estará mal” (Conchita M.)
Y yo agrego, ¿cómo tomamos una decisión? En base al juicio que hacemos de cada situación. Pongamos por ejemplo que necesito ir a la estación de tren y pregunto la dirección a dos transeúntes: uno me dice que es hacia el norte y otro hacia el sur. Por más que mi intención sincera sea la de no “crearme una opinión”, al final tendré que «juzgar» cuál de los dos tiene razón si quiero llegar efectivamente a la estación de tren. Por supuesto que también existe la opción de “suspender el juicio”, pero generalmente eso llevaría a la no acción o, al menos, a la duda.
“El juicio nos permite aplicar una ética y realizar nuestros valores. En el mundo de la dualidad hay que jugar con sus reglas” (Nacho O.)
Concuerdo (¡cómo no!) con los maestros que promueven el estado de “no juicio”, pero en el día a día utilizo y necesito la capacidad de discernir (al menos por ahora). De hecho, concordar con los maestros que hablan del “no juicio” es ya un juicio de mi parte.
“Personalmente creo que juzgo mucho, pero no sentencio. Ni ejecuto. Ni condeno” (Carmen Y.)
La metáfora jurídica es inevitable. De hecho, en el habla cotidiana se suele reprochar a alguien: “tú no eres juez para juzgarme”. Siguiendo esa línea, me parece relevante la distinción entre “juzgar” y “condenar”. Yo puedo juzgar como “incorrecta” una actitud o un hecho, pero – ahí sí todo el Yoga estaría de acuerdo – no tengo derecho a condenarla.
“El juicio no debería estar basado en el rechazo o la atracción. No se trata de descalificar al otro o justificarlo sino de pensar cuál es la mejor solución/salida/reacción a la situación” (Michael G.)
Efectivamente, sin juicio es difícil que haya soluciones, al menos en el plano empírico de la vida. Otra cosa, como dijo alguien en el debate, es apegarme a mi juicio como si fuera la única verdad. El practicante espiritual sabe que cada persona es un punto de vista y que cada situación depende de varios factores complejos. Eso no impide, sin embargo, que se forme una opinión subjetiva (“haga un juicio”) lo más fiel posible a lo que considera verdadero y tome una decisión.
“Lo perjudicial no sería juzgar sino prejuzgar” (Manu R.)
Esta distinción en las palabras me parece especialmente clara. Juzgar es subjetivo y, de ninguna manera, estamos diciendo que sea la verdad objetiva o total. Sin embargo, debo juzgar para decidir. Si lo hago de forma lúcida, consciente o “con contacto”, como dijo otro miembro del debate, puede tener validez (aunque sea una validez parcial). Prejuzgar, en cambio, es emitir una valoración basada en mis preconcepciones o sin tener el contexto suficiente. Está destinado a fallar.
Espero que estas reflexiones seas útiles para quienes las lean, del mismo modo que lo ha sido para mí el proceso de escribir este texto. Gracias a todas las personas que me han hecho pensar sobre estas cuestiones y han aportado su juicio sobre el concepto de juicio. De más está decir que este escrito es una toma de posición personal utilizando mi capacidad de discernimiento de la mejor forma que puedo hoy.
A partir de aquí, las conclusiones (o las no-conclusiones) dependen de ti.
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Demasiado interesante lo que compartes, mil gracias.
Acerca de lo que comentan «Prejuzgar, en cambio, es emitir una valoración…. Está destinado a fallar», Me atreveria a comentar, que más que a fallar, estaría destinada a llevar a conclusiones sólo coherentes con las bases de quién «Prejuzga», con lo que también comento: en éste mundo DUAL el juzgar implica una opinión con base a una experiencia; mientras dicha experiencia sea más individual y menos común menos «social», el juicio se alejará de un consenso más creíble y tal vez menos «humanitario»
bellísimas reflexiones, y muy utiles para la vida. gracias!!
Yo llevo años devanándome los sesos tratando de entender lo que enseñó el maestro Ishanatha (Jesucristo) cuando dijo: «No juzquen y no serán juzgados, porque con la vara que midan serán medidos». Y lo trato de interpretar a la luz del Bhagavadgita, donde en el segundo verso del capítulo dieciséis aparece la palabra «apaiśunam», que traduce ‘aversión a buscar defectos en los demás’. He aquí la explicación del gran maestro Shrila Prabhupada, en su comentario a «El Bhagavadgita tal como es»: «Apaiśunam significa que uno no debe buscar defectos en los demás o corregirlos innecesariamente. Claro que decirle ladrón a alguien que lo es no es buscar defectos, pero decirle ladrón a una persona honesta es una gran ofensa por parte de alguien que está progresando en la vida espiritual». Esa explicación me parece bastante racional y coherente. Además, no creo que Cristo hubiera ordenado dejar el cerebro colgado en el perchero y deshacernos de nuestro sentido de discriminación; no, él jamás hubiera enseñado algo impráctico. ¿Que opinan ustedes? (aclaro: aquí en Colombia no decimos «vosotros», etc.; y al Gita le damos género masculino).
Creo que siempre estamos discriminando y juzgando ya que es este plano de la existencia necesitamos elegir y decidir constantemente. Desde el punto de vista espiritual me parece que se refiere a que nuestra mirada no sea un juicio constante, es decir, se trata de poder observar y tener una mirada ecuánime.
Muy interesante debate. Yo creo que juzgar, para discernir y tomar una elección o desición correcta según el momento presente, es diferente a juzgar, sólo por armar una opinión de algo, sin ninguna utilidad. Y cuidar el no quedar atrapado en los juicios, porque todo cambia y a veces nos limitamos por una experiencia y queda ese juicio grabado de por vida, acortando las posibilidades de conocer y crecer.