Con el auge y la popularización del yoga “físico” en Occidente, la mayoría de personas quizás diría, de forma simplificada, que yoga es hacer posturas o, incluso, sentarse con los ojos cerrados a cantar OM. Como muchos intuyen, esto es solo la punta del iceberg o, como dicen los yoguis, “la punta del loto”. Y si bien la palabra sánscrita yoga tiene una difundida etimología de “unión” sus connotaciones son muy variadas según quién la use, pues el término (y sus implicancias prácticas) han recorrido un largo y curioso camino desde la Kaṭha Upaniṣad hasta el Flamenco Yoga.
Sin la intención de hacer un muestrario exhaustivo y también estimulado por mi reciente asistencia a una charla introductoria sobre la Bhagavad Gītā en el Curso de Profesores de Mandiram Yoga, me ha parecido iluminador presentar tres conocidas y diferentes definiciones de yoga en ese texto tan importante y tan universal. Dichas definiciones tienen la particularidad de ser breves (las largas las abordaré en otra ocasión) y aunque en apariencia sean diferentes, es factible encontrar un hilo común que las une y que, sobre todo, brinda pautas para una vida yóguica.
La primera gran definición que me interesa es:
samatvam yoga
Esta frase, dentro del śloka II.48, se puede traducir como:
“Yoga es ecuanimidad”
La palabra ecuanimidad no siempre es bien interpretada y también es buena, creo, la traducción:
“Yoga es equilibrio mental”
Algunos autores traducen samatva como “serenidad” e incluso como “indiferencia”, que suena mal en español porque parece que al yogui no le importara nada, en el mal sentido. Poniendo en contexto la definición, el Señor Kṛṣṇa dice en la Gītā que esa indiferencia, en todo caso, es “ante el éxito y el fracaso” y que eso se logra también “renunciando al apego”.
Por tanto, ese equilibrio consistiría en mantenerse igual o constante tanto ante lo que me agrada como ante lo que me desagrada, superando la natural tendencia humana a buscar el placer/el elogio/el confort y a rechazar el dolor/la crítica/la incomodidad, intentando así no verse afectado por los inevitables “pares de opuestos” de este mundo siempre dual. El indólogo peruano Fernando Tola, por ejemplo, compara este samatva con la ataraxia o imperturbabilidad de ánimo propuesta por antiguos filósofos griegos.
Es decir que el yogui consumado acepta con la misma disposición de ánimo el verano y el invierno; el camión de la basura triturando desechos bajo su ventana a las 23h y el canto matutino de los pájaros; la lenta cola del supermercado y la generosa hospitalidad de su tía preferida. Esto no significa que el yogui deje de buscar las situaciones y entornos que le son más propicios para su vida, sino que ha entendido que si solo busca lo “agradable” se pasará, con suerte, la mitad del tiempo disfrutando y la otra mitad del tiempo luchando contra lo “desagradable”, es decir, sufriendo.
A nivel de práctica espiritual, la ecuanimidad es básica para la meditación, ya que se trata simplemente de “observar sin reaccionar” todos los procesos físicos y, sobre todo, mentales que van ocurriendo en el meditador. De allí que se diga que el objetivo final del yoga no es tanto dominar la mente como poder observar sus tendencias y sus fluctuaciones sin identificarse con ellas y sin verse afectado por ellas.
Dos estrofas más abajo (II.50) aparece en el texto otra famosa definición de Yoga:
yogaḥ karmasu kauśalam
Una posible y bastante difundida traducción sería:
“Yoga es la destreza en las acciones”
¿Qué sería actuar de forma diestra o hábil? Pues, en el plano filosófico, el texto indica que se trata de actuar sin apego a los frutos de las acciones, es decir actuar solo por el deber de actuar, lo cual no crea consecuencias kármicas en el futuro.
En un plano de interpretación más psicológico, la habilidad en la acción sería actuar haciendo lo mejor que uno puede, según el momento, lugar y circunstancia, con plena conciencia.
De hecho, otra acepción de la palabra sánscrita kauśala es “bienestar” y, por ende, el yoga así definido también representaría aquellas acciones que son fuente de bienestar (para uno mismo, claro, y también para los demás seres).
La tercera definición de hoy, en el śloka VI.2, es:
yaṁ saṃnyāsam iti prāhur yogaṁ tam
O sea:
“Aquello que se denomina renunciamiento, eso es yoga”
O menos literal:
“Yoga es renunciamiento”
¡Cuidado! No se trata (necesariamente) de irse a vivir a una cueva y de abandonar los objetos externos sino que es más difícil: se trata, como dice Swami Satyānanda Saraswatī, de “renunciar a nuestro mundo mental”, que también es decir a nuestro yo individual, en el sentido de todo lo que yo creo ser, mi personalidad, o como dice elegantemente Fernando Tola: “las ilusiones forjadas por la mente”.
En este sentido el verso también se puede traducir simplemente como “renunciamiento a los pensamientos” (Swami Sivananda), poéticamente como “abandonar la voluntad terrena” (Joan Mascaró) o, más sutil, renunciar al “deseo por el fruto de las acciones” (Swami Vijoyananda), que también es un tipo de actividad mental, ya que actuar esperando un resultado es poner la mente en el futuro utilizando la imaginación (en mal sentido), dejando así de estar en el momento presente o en “mi centro”.
Por supuesto que sería duro abandonar mi casa, mi coche o mi pareja, pero sería probablemente más difícil abandonar la idea de quién soy (mi nombre, mi familia, mi profesión, mi estatus…) y aún más arduo sería soltar mis intereses (el cine, el esquí, los libros…), mis ideales (el vegetarianismo, la democracia asamblearia, las ciudades sin coches…) y mi visión del mundo (“cada uno tiene lo que se merece”, “el hinduismo es lo mejor”, “el silencio es salud”…) y todavía seguir considerándome “yo mismo”.
Esta concepción la relata muy bien una famosa escena de la galardonada película argentina El secreto de sus ojos, diciendo que una persona puede cambiar todo pero no su pasión, ejemplificada prosaicamente con la fidelidad a un equipo de fútbol. ¿Si en lugar de hinchar por el Barça lo hiciera por el Madrid, yo seguiría siendo el mismo? ¿Si votara a la Derecha y no a la Izquierda, cambiaría mi esencia? ¿Si me hiciera católico de repente, perdería algo intrínseco a mi ser?
Como es natural, uno cree ser lo que percibe, lo que piensa o lo que siente, y la Gītā nos dice lo contrario y nos invita a abandonar ese personaje, esa máscara, para encontrar lo que hay más abajo, aquello que realmente no cambia.
Algo, que puede tener muchos nombres o ninguno, y que la enseñanza afirma es estable, siempre quieto, ecuánime, y que solo acarrea bienestar.
¡¡¡ Muchísimas gracias por esta nueva entrega !!! Gracias por los conocimientos, por enseñarlos de una manera tan clara y directa, por hacernos reflexionar e invitarnos a integrarlo en nosotros mismos y para el bien de los demás. Es una gran suerte contar contigo, gracias por el esfuerzo en la recopilación, la redacción y gracias por compartir. Namasté y feliz día de jueves.
Agradezco tener la oportunidad de haberme cruzado con tu diario. Todo esta muy bien explicado y es bastante inspirador. Gracias!
Gracias por tus aportaciones. Me podrías decir que versión es la que utilizas del bagavad gita. Gracias