Con la relativamente difundida afirmación «mis hijos son mis gurús» en mente, agregando la legitimidad que me da la paternidad, más algunas referencias tradicionales hindúes, he escrito este artículo para analizar la cuestión.
En la luna llena que sigue al solsticio de verano en el hemisferio norte (21 de junio) se celebra Guru Pūrṇimā(guru púrnima), el día anual,que suele caer en julio, en que honramos a todos los preceptores espirituales que nos guían en el camino del autoconocimiento y la liberación.
A lo largo de los años, he escrito muchos artículos sobre este tema para llegar a la conclusión (que también es canónica) de que tener un gurú es imprescindible para avanzar en el sendero espiritual. Lo que pasa es que hay diversas interpretaciones de qué o quién es un guru.
Sobre esto, a lo largo de los años he escuchado en varias ocasiones a madres o padres decir:
«Mi hijo es mi gurú».
Para confirmar que no era una percepción puramente personal, hice una pequeña encuesta informal en Instagram y más del 70% de las personas que respondieron dijeron que también habían dicho o escuchado esta idea.
Ahora es el momento de confesar que, para mí, que sigo a un gurú indio, con túnica y barba, y además iluminado, siempre me pareció que, la de estos progenitores, era una afirmación exagerada. Hoy, con la legitimidad que me dan años de paternidad, tengo una visión más clara de este hecho.
Por supuesto, el hinduismo ya explica que existe un principio universal (denominado guru tattva) que, lo sepamos o no, nos está guiando a todos y cada uno hacia el conocimiento de nuestra real esencia. Y ese principio se pude manifestar a través de cualquier persona, animal, objeto, experiencia o situación.
En ese sentido, los hijos (o hijas, claro está) obviamente pueden ser gurús. Pero, ¿poseen los hijos algún otro atributo para ser maestros, que los destaque del resto de elementos de este mundo?
Esta pregunta también la hice en la encuesta informal de Instagram y recibí algunas respuestas positivas que incluían:
«Nos hacen volver a nuestr@ niñ@ interior, inocencia, amor, bondad…»
«Nos muestran los mayores miedos, apegos, fortalezas, amor».
«Nos muestran nuestra luz y nuestra sombra. Enseñan amor incondicional».
«Son un espejo de tus mayores virtudes y sombras».
«Nos enseñan cada día con su alegría, sinceridad, inocencia y nos alientan a ser mejores personas».
«Viven el presente, tienen curiosidad, no tienen integradas tantas normas sociales».
Cuando analizo estas afirmaciones noto un patrón común que tiene que ver con la inspiración que generan las proverbiales cualidades positivas de los infantes. Al respecto, por todos es conocida la enseñanza de Jesús (Marcos, 10:14-15):
«Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él»
De la misma forma, los maestros de la India hasta el día de hoy, siempre han hablado de la importancia de «volverse como un niño», especialmente en cuanto a la pureza de corazón.
Para dar un ejemplo escritural, en la literatura hindú es famoso el caso de un sabio avadhūta que enumera 24 gurus de los que ha aprendido la ciencia del Ser (o ātman) y, entre ellos, están «la tierra, el viento, el cielo, el agua, el fuego, la luna, el sol, el mar, la abeja, un fabricante de flechas» y, como es de esperar, también un niño. Al explicar qué ha aprendido del niño, el sabio dice «no preocuparse» por cuestiones materiales y «no darle importancia al qué dirán» (ŚBh, 11.9).
Con bastante certeza, la mayoría de las personas (sino todas) estaremos de acuerdo en las virtudes infantiles hasta aquí enumeradas. Justamente por eso, no parece necesario ser padre o madre para reconocerlas y valorarlas. De hecho, muchas profesoras/es de parvulario podrían afirmar con justica: «Mis pequeños alumnos son mis gurús». O simplemente cualquier persona podría decir: «Los niños son grandes maestros».
Visto así, continúa la duda: ¿qué es, entonces, además de sus conocidas virtudes, lo que hace que los hijos, y no sólo los niños como colectivo genérico, puedan ser gurús?
Para responder a esa cuestión podemos hacernos otra pregunta, ¿qué hace el gurú para hacernos crecer?
Inspirarnos, claro, eso ya lo hemos dicho. Pero hay algo todavía más radical: el verdadero gurú, como dice Swami Premananda, «aplasta el ego», entendiendo ego como nuestra personalidad limitada que nos impide reconocer nuestra infinita esencia espiritual.
Por supuesto, muchas cosas en la vida pueden aplastarnos el ego, la diferencia con el maestro espiritual es que el discípulo acepta (e incluso pide) voluntariamente que su ego sea aplastado.
En este sentido, tener un hijo implica un proceso de renuncia personal en el que los padres/madres dejan sus intereses en segundo plano para dar prioridad al niño o niña.
El otro día, mientras esperaba a una de mis hijas salir de clase de inglés, escuché una conversación entre padres (todos varones) que se resumía en la idea: «antes de que naciera el primero podías disponer de tu tiempo y hacer lo que quisieras». Evidentemente es así, porque ahora el padre/madre suma una responsabilidad a su vida.
Y en esta interpretación, el hijo es gurú porque su mera existencia nos impone tareas y obligaciones (dharma), a la vez que nos invita a ponernos a su servicio (sevā), una actitud que automáticamente reduce el ego.
Por eso, se puede decir, en general, que los hijos son más gurús que un infante ajeno o que nuestra propia pareja, casos ambos a quienes generalmente no les otorgamos voluntariamente la potestad de reducir (mucho menos aplastar) nuestro ego.
Al llegar la maternidad/paternidad, en muchas personas el cambio de prioridades sucede de forma natural y como una elección consciente. Para quien se resiste hay sufrimiento. Y la verdad es que, en mayor o menor medida, todos nos resistimos a dejar de hacer todo el tiempo lo que tenemos ganas de hacer.
E incluso cuando renunciamos a nuestros intereses gustosamente, los hijos nos hacen atravesar situaciones incómodas (a veces, extremas emocionalmente) que nos hacen desarrollar innumerables cualidades muy necesarias en el camino del crecimiento espiritual, como, por ejemplo: paciencia, disciplina, resistencia, discernimiento, autoobservación, autocontrol, aceptación, amor… y una larga lista que puede seguir completando el lector.
Aquí es bueno recordar que el verdadero gurú no siempre nos complacerá, pues debe ponernos en situaciones poco confortables para que así podamos ver nuestras limitaciones, transformarnos y crecer. Si así lo deseamos, claro. En este sentido es, quizá, cuando el hijo es más gurú que nunca.
Si indagamos en la cultura hindú, veremos que, por norma general, el padre es el gurú y que, en el protocolo védico, el conocimiento espiritual era más bien un asunto de transmisión familiar por rama masculina.
Al mismo tiempo, en la India se afirma que el primer gurú de todas las personas es la madre, ya que es la primera referente del bebé y la que le enseña a entablar las primeras relaciones con el mundo (comer, hablar, andar…).
Asimismo, la tradición hindú ofrece algunas historias en que el hijo o la hija, todavía niños, se convierten en maestros de sus progenitores.
Tenemos el caso de Dhruva, príncipe heredero aunque poco querido por su padre, que a los cinco años abandonó el palacio para dirigirse al bosque a realizar austeridades (tapasya) e invocar al dios Vishnu. Cosa que logró después de mucho esfuerzo, para luego volver a la corte con todos los honores. Puedes leer más aquí.
Conocemos también el caso de Aṣṭāvakra, que era tan versado en las Escrituras que corrigió a su propio padre desde el vientre materno. Lo cual, dicho sea de paso, le costó una maldición nacida del orgullo herido de su padre. Años más tarde, cuando Aṣṭāvakra tenía doce años, venció un importante debate espiritual y se convirtió en gurú de un gran rey, al tiempo que rescató a su padre de un buen problema. Puedes leer más aquí.
O la historia de Mārkaṇḍeya, que era tan brillante que no podía vivir más de dieciséis años, pero a quien el dios Shiva salvó debido a su devoción pura. Puedes leer más aquí.
Y sin necesidad de mirar en las Escrituras, en el siglo 21, escuchamos la historia de Amma, la maestra india famosa por sus abrazos, cuya santidad es tan evidente que sus padres se convirtieron en sus discípulos.
De esta forma podemos concluir que, si los hijos son gurús, es porque muestran cualidades virtuosas pero, sobre todo, porque nos obligan naturalmente a prestar algo menos de atención a nuestro ego y nos llevan a situaciones desafiantes que nos sirven para crecer internamente.
Ahora bien, al igual que pasa con los maestros con barba o túnica, para que los hijos sean verdaderos gurús es uno quien debe decidir voluntariamente que su ego sea aplastado y sus limitaciones eliminadas, con toda la entrega y la valentía que ello implica.
De lo contrario, el proceso, no exento de penas y alegría, a la vez que sin gran cambio espiritual, se llama simplemente maternidad o paternidad y lo están ejecutando millones de personas a cada segundo.
Me parecen más que atinadas tus observaciones Naren y como ya antes lo he hecho: agradezco por tu sabiduría y sobre todo por la impecable forma de plasmarla en el papel.
Estoy completamente de acuerdo en que la mejor opción para no desperdiciar su belleza e infinitos regalos de aprendizaje es imprescindible la presencia del Guru en nuestra vida. Y aunque estoy de acuerdo con la expresión de reconocer a los hij@s como nuestros Gurus yo la cambiaría a: «Mis hij@s son mis mejores maestros» ya que para mí el Guru es el Guru (manifiesto bajo la forma humana de Maestros Liberados tan elevados como Jesús, Gurumayi o Sai Baba, así como tu propio Guru Naren) y aunque no se dejen la barba pues nadie podrá tomar su lugar…desde mi humilde punto de vista. Pero al final si el buscador está abierto siempre encentrará la Voz del Guru en todo lo que nos rodea, aún en la piedra rodante que pueda obstaculizar el camino, él sabrá que tiene algo que aprender de ella.
En mi caso perdonal doy gracias infinitas a Dios por haber recibido Su Gracia en la forma de mi Guru pues sin Él/Ella yo no podría tener una vida jeje…sólo estaría sobreviviendo… literal.
Sólo quiero agregar que yo tengo una hija y un hijo, ya adultos los dos y que gracias a la guía de mi Guru he podido aprender a dejarlos ir, permitirles ser ellos mismos y aprender a vivir una etapa en la que yo dejo de ser su madre para convertirme en alguien que en amor comparte sus caminos…aunque sea desde la distancia.
Naren maravilloso post, me conmueve en lo personal, ya que mis dos hijos juegan un papel crucial en los cambios y transformaciones relevantes de toda mi vida: los trabajos y ocupaciones que he tenido y mantenido, mis horas de entretenimiento y descanso, pero sobre todo la mirada acerca de lo que es relevante y adecuado entregar y que no lo es; aún hoy con los hijos mayores sigo mirando cómo me sigo manteniéndo en la cómoda posición de querer seguir evitando que sufran o tengan dificultades, sigo reaprendiendo que protegerlos es dejarlos que se caigan que sufran y se enfrenten a las dificultades de su adultez. Gracias como siempre por tus reflexiones Naren.