Hijo de Vecino

Hoja seca al viento y lo que se espera de un yogui

Para las personas que están en el camino del autoconocimiento, una cuestión problemática es estar a la altura de la imagen ideal que los demás esperan de alguien “espiritual”. Enfado, conflicto o desencuentros no están permitidos en los yoguis, que se supone están al servicio del mundo. ¿Cuál es entonces la línea entre ser espiritual y dejar de ser coherente con uno mismo?

Se dice que un yogui avanzado es como una hoja seca al viento, es decir que ha sometido su voluntad individual a una voluntad superior. Este yogui ha experimentado la futilidad de querer controlarlo todo y ha entendido que no es el hacedor, sino más bien un instrumento de lo Supremo. Si tenemos en cuenta que cualquier conflicto que surge en nuestras vidas se debe a una fricción de nuestro ego individual con el mundo (y con los demás), esta actitud de humildad y ecuanimidad – de dejarse llevar como hoja seca al viento – es el antídoto más efectivo para evitar cualquier conflicto. No debemos confundirlo con apatía o resignación, sino que se trata de total aceptación de los designios de la vida.

 

Como dice un viejo chiste:

 

El hombre más anciano de la provincia, con 108 años, se encuentra en una radio local para una entrevista. El periodista le pregunta lo obvio:

– “¿Cuál es su secreto para vivir tantos años?”.

– “Nunca llevarle la contraria a nadie” – responde el anciano.

El periodista, que quizás esperaba una compleja fórmula dietética o una revelación mística, replica algo ofuscado:

-“¡Hombre, no me dirá que sólo con eso ha llegado usted a esta edad!”.

– Y el anciano responde, calmo: “Pues tiene usted razón, no debe ser por eso”.

Por tanto, si uno puede aceptar sinceramente todo lo que sucede como manifestación de una voluntad superior (llámese Dios, Destino, la Vida…), entonces nuestra existencia será muy estable y calma, al menos internamente. Por descontado, esta actitud de aceptación total denota gran sabiduría, por no decir que es cercana a la santidad. Y como tal – si bien es un ideal a alcanzar – para la mayoría de las personas es difícil de llevar a cabo. De hecho, si cualquier hijo de vecino intenta adoptar esta actitud de hoja seca, pero tiene permanentes luchas internas entre lo que uno desea y lo que el mundo le propone, el resultado suele ser frustración, resignación, confusión e incluso culpa por no poder aceptar las cosas tal cual se nos presentan.

 

Desde niño uno experimenta este choque entre lo que uno desea y lo que el mundo y los demás desean. A medida que uno crece, esta fricción es cada vez mayor por el simple hecho de que la persona adulta tiene más ámbitos de acción, ya no solo la familia o la educación, sino que ingresa en el mundo laboral, conoce una pareja, tiene que pagar impuestos, se hace consciente del orden político-económico del mundo, transita el tráfico vehicular, cuida de una casa, descubre el alto grado de sufrimiento que hay en todas partes… Y si el rol de una persona es de mando o de exposición pública, pues más posibilidades de conflicto surgen, ya que un empleado tiene fricción asegurada con su jefe, pero un jefe tiene fricción con todos sus empleados.

 

Para conciliar esta dicotomía cada vez más amplia entre mi mundo interno y el mundo externo, las personas recurrimos, dependiendo del caso, a la religión, el arte, la filosofía, el cinismo, la alienación o las drogas. De todos modos, en un mundo dual y siempre cambiante el conflicto es inevitable, y para lidiar con él lo mejor posible todos recurrimos a métodos más asequibles que el de “la hoja seca al viento”. Por ejemplo, el diálogo.

 

En lugar de aguantar lo que venga, uno intenta expresar su disconformidad de forma afable y – en lo posible – amorosa, para encontrar un punto de acuerdo común. Entonces, si alguien se nos salta en la cola de la panadería le decimos amablemente: “Perdón, creo que yo estaba primero”.

 

No hace falta ser yogui para usar este método, que es pura educación cívica. Pero ¿qué pasa si la persona que se ha colado no está de acuerdo con nuestro punto de vista? Y replica: “No, estaba yo primero”.

 

Desde pequeños nos han enseñado que los problemas se solucionan hablando y no gritando y, de hecho, hay teorías filosófico-sociológicas modernas – como la acción comunicativa de Habermas – que se podrían simplificar en la frase “hablando la gente se entiende”.

 

Frente a casos así, en el Manusmṛti (o Código de Manu), que es el tratado tradicional hindú más importante sobre la forma correcta de actuar en la vida, se dan unos útiles consejos para utilizar la herramienta de la palabra y allí encontramos este famoso verso (4.138):

 

satyaṁ brūyāt priyaṁ brūyān na brūyāt satyam apriyam

priyam anṛtaṁ na brūyād eṣa dharmaḥ sanātanaḥ

O sea:

“Se debe decir la verdad y aquello que es agradable, pero no se debe decir la verdad desagradable, ni decir aquello agradable que va en contra del orden universal; este es el camino eterno”

Por tanto, a la hora de hablar hay que hacer el máximo esfuerzo por no causar daño, pero tampoco se trata de mentir (o incluso callar) para quedar bien. De hecho, la escritura explicita que decir palabras dulces que son falsas es, en cierta forma, ir en contra del orden natural (ṛtam).

 

Si en el ejemplo de la cola, la otra persona responde que va primero y yo considero que no es así, entonces quedarme callado y perturbado puede ir en contra del orden universal, aun cuando el hecho ocurra a un nivel muy individual. Desde esta perspectiva, el ordenamiento del cosmos depende de los agujeros negros y de las nubes de gas interestelar, pero también de cada partícula de polen que suelta una abeja durante su vuelo y, por supuesto, de cada simple acción que realizamos en la vida.

 

Desde un enfoque idealista, si uno es practicante de yoga o buscador espiritual todas sus acciones y reacciones deberían estar guiadas por elevados principios éticos y espirituales entre los que destacan la calma, la alegría, el respeto y el amor hacia todos. Por tanto, cuando un practicante de yoga se enfada o se altera, todo su entorno le dice “Pero ¡cómo es posible! ¿Acaso no practicas yoga?”. Y entonces el practicante se siente todavía más molesto, y muchas veces más culpable. Uno practica yoga justamente porque se enfada y se altera con facilidad, de lo contrario se quedaría sentado en el sofá disfrutando de su calma innata.

 

Una de las consecuencias de esta imagen irreal del aspirante espiritual, es que el propio aspirante se lo cree y entonces quiere meter con calzador el ideal al cual aspira – y que es esencial tener – dentro del ajustado zapato de su personalidad actual, que es un work in progress. Por ende, cuando en la panadería nos responden que, en realidad, los que nos queremos colar somos nosotros, nos quedamos callados o refunfuñando, simulando ser hojas secas al viento, porque eso es más “espiritual”.

 

Hace más de quince años, cuando tuve uno de mis primeros encuentros personales con mi maestro Sri Swami Premananda, le hice una pregunta, de las muchas que tenía:

 

“¿Cuál es la línea entre ser ecuánime y dejarse pasar por encima?”

Swámiji me pidió que le explicara mejor la pregunta y entonces yo usé el simple ejemplo de una persona que se te adelanta en la cola del supermercado o de la oficina de correos. Swami me dijo:  

“Solamente aquellas personas que están totalmente entregadas a la voluntad de Dios pueden soportar todo y ser ecuánimes. Sin embargo, las personas que no están así entregadas a la voluntad de Dios y sufren ante estos hechos, es mejor que reaccionen”.

Swami agregó:

“En la vida familiar y privada está bien ser paciente y amable, pero en la vida pública no se puede permitir el abuso, porque si uno pone la otra mejilla automáticamente te cortan el cuello”.

Mientras decía esta polémica frase, Swami hacía un gesto muy gracioso de cortarse el cuello y sacar la lengua. Justamente, el maestro que hace dos mil años enseñó la técnica de la “otra mejilla” era alguien entregado por completo a la voluntad Divina, al punto de aceptar humildemente su injusta condena y muerte. Pero como hemos dicho, no es fácil para alguien normal poner en práctica esa elevada enseñanza.

 

En su respuesta de aquel día, Swami me dio más detalles y dejó claro que no renegaba de la enseñanza de Jesucristo, sino que, en ciertos casos, es mejor sentirse conforme con la situación y coherente con uno mismo, antes que ser un falso mártir. Entonces, siguiendo con los gestos divertidos, Swami comenzó a moverse como un boxeador mientras decía, “tienes que estar listo para luchar, sino…”, y una vez más, el gesto de cortarse el cuello.

 

Estar listo para luchar, según entiendo, no es buscar el conflicto ni enemistarse con el mundo, sino que se trata de tener el coraje de establecerse con firmeza en lo que uno considera correcto, siendo fiel a uno mismo a la vez que respetando (incluso honrando) la divinidad que hay en los demás. Desde este punto de vista, la búsqueda espiritual no está reñida con las reivindicaciones personales ni con el activismo social, siempre que se base en el entendimiento de una unidad esencial entre todos los seres y no en la fatídica fórmula yo vs. ellos. Es decir, en el plano absoluto todos somos una chispa divina, pero en el plano relativo – formado por diversas circunstancias personales – cada uno debe defender lo que considera correcto.

 

Cuenta la historia tradicional que cuando Siddhārta Gautama se sentó bajo el árbol bodhi con la determinación de alcanzar el nirvāṇa, Māra, la personificación de la maldad y la tentación, apareció ante él y le dijo: “Ese no es tu asiento. Es mi asiento”. El joven buscador respondió: “No. Es mi asiento y no me voy a mover de aquí hasta que alcance el despertar. Ese es mi derecho”. Si en aquella ocasión, Siddhārta hubiera sido una simple hoja seca al viento entonces no se habría convertido en el Buddha que todos admiramos hoy.  

 

Como sabemos, está lleno de situaciones de conflicto que no tienen una solución única y certera y, como es lógico, cada una de las partes involucradas suele tener un punto de vista diferente al respecto. En este delicado equilibrio entre lo que uno necesita, lo que los demás quieren y aquello que es correcto, la actitud adecuada juega un papel preponderante. Incluso si en una situación de conflicto uno toma una decisión “objetivamente errada”, pero lo hace habiendo sopesado la divinidad de los involucrados y habiendo reflexionado honestamente sobre las propias motivaciones, con una actitud sincera de buscar la solución más acorde al orden universal – adecuada para todos, uno mismo incluido -, entonces no se podría decir que es culpable.

 

Evidentemente, y como se dice en el ámbito jurídico, “la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento”, por lo que si uno actúa de forma errada, aunque tenga la mejor actitud, puede haber consecuencias desfavorables. De todos modos, una actitud reflexiva y de base espiritual es el mejor remedio para empoderarnos a la hora de lidiar con los conflictos, desde la cola de la panadería, pasando por saber cuándo decir que no y decepcionar a los demás, hasta manifestarnos por el cambio climático.

 

Una manera bien directa de aplicar estos conceptos la explica con sencillez el maestro Sri Dharma Mittra:

 

“En tus interacciones con los demás, supón que fuera Dios el que está ahí ¿Cómo los tratarías entonces?”

La verdad sea dicha, entre la técnica de la hoja seca y ver a Dios en los demás casi no hay diferencia, pero antes de ser hoja seca de forma espontánea uno debe entrenarse – lo cual comporta una cierta artificialidad – para ver todo lo que sucede como expresión de la voluntad Divina. Evidentemente, durante este entrenamiento (que en la jerga yóguica se conoce como sādhanā o practica espiritual) uno pasa por muchos altibajos, y durante ese valle de dudas, afrontar la fricción de la vida manteniendo la paz con uno mismo es sano y de gran ayuda.

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4 comentarios en “Hoja seca al viento y lo que se espera de un yogui”

  1. Naren,
    Leer esto post era lo que necesitaba. Ya llevo varios años leyendo tu blog siempre ha sido muy útil e interesante.
    Muchas gracias.

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  2. ¡Qué bella intención la de hacer accesible lo profundo… porque lo es! La verdadera maestría es no disfrazar ni ocultar lo importante bajo palabras lejanas, sino dejar que lo sencillo se muestre. Así que gracias!!

    Con respecto al dilema de hoja en el viento y defender los límites, te recomiendo la serie Avatar: the last airbender, donde el avatar tiene que dominar los cuatro elementos (del Ayurveda) para integrarlos y acceder a un poder interior enorme, que pondrá al servicio del equilibrio político y espiritual del mundo. Para dominar el aire, ha de ser como una hoja en el viento, pero para dominar la tierra, tiene que ser duro e inamovible como una roca. Si bien son aparentemente opuestos, como fuego y agua, son realmente complementarios, como nos enseñan las asanas. Y ambos son necesarios. La sabiduría del momento nos dirá cuál es mejor utilizar y con qué intención…

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