Hijo de Vecino

‘El científico y el santo’, una experiencia personal

En diciembre 2016 se publicó El científico y el santo (Olañeta Editor) del escritor indio Avinash Chandra y en cuanto el libro llegó a casa me lo metí en la mochila para leerlo en la pausa de 20′ que tenía entre mis clases de yoga, pues las 780 páginas y el kilogramo que pesa el libro no eran nada en comparación a la ilusión que me hacía la perspectiva de su lectura. Ya sabía yo de buenas fuentes y por el subtítulo – Los límites de la ciencia y el testimonio de los sabios – que el tema me iba a interesar. Un mes más tarde, habiendo leído el texto concienzudamente quiero compartir mi experiencia y mi opinión.
Como dice al autor en la Introducción:

“Este libro quiere mostrar (no demostrar, pues ninguna visión del mundo se puede demostrar) que el mundo es mucho más que lo que se puede descubrir de él científicamente, que el universo es mucho más que su parte visible y mensurable, que la consciencia es mucho más que la actividad del cerebro. Y que este ‘mucho más’ no es un algo desconocido más allá para siempre del alcance del ser humano, sino que puede ser ‘conocido’, y que siempre a lo largo de la historia, ha habido unos cuantos hombres que lo han sabido”.

Por tanto, el libro es una crítica al paradigma materialista y cientificista que predomina en el mundo moderno, en que lo cuantitativo es más importante que lo cualitativo, en que la razón es más valorada que la consciencia, y en que los grandes avances tecnológicos nos encandilan al punto de hacernos olvidar la gran pregunta de todas las épocas: ¿cuál es el sentido de la vida? Para encontrar la respuesta, el autor postula  “la visión espiritual” que subyace a todas las grandes tradiciones y de la cual los sabios de todos los tiempos han dado cuenta.
Para fundamentar su punto, al autor presenta una cantidad formidable de citas de pensadores, científicos, filósofos y santos que incluyen los antiguos textos védicos, los neoplatónicos, el Corán, los Evangelios, los místicos cristianos, enseñanzas del judaísmo, estudios médicos, expertos en física y biología, monjes budistas, mahātmas hindúes e incluso intelectuales ateos. Sobre esto, alguien ha dicho que el libro es en sí mismo una “biblioteca” y en eso recuerda al famoso Lámparas de fuego de Joan Mascaró, aunque El científico y el santo tiene una línea argumental mucho más elaborada y la presencia del autor es más tangible. Solo teniendo en cuenta la gran cantidad de trabajo y dedicación para compilar y ordenar el material del libro, este merece un elogio.

Si bien yo soy, al decir de Umberto Eco, “lector modelo” para este libro y, por tanto, muy receptivo a su perspectiva, lo que más me ha sorprendido al leer las primeras dos secciones (Visiones del mundo y La visión científica del mundo) es cuan arraigado estoy, sin ser consciente de ello, en el paradigma materialista, especialmente con ideas consideradas irrevocables como el Big Bang, la teoría de la evolución o la implícita desvalorización de “pseudo-ciencias” como la parapsicología (por más que uno crea en los siddhis yóguicos, curiosamente).
Desde este punto, el libro ha sido para mí muy útil generando reflexión y ofreciéndome un espejo para darme cuenta de mis creencias, muchas de ellas subrepticias y ¡contrarias a la opinión – “espiritual”- que yo tengo de mí mismo! Imagino que para otros lectores este efecto también es muy posible y, por ende, el libro ya justifica su kilogramo de papel.
Justamente, más que de ciencia el libro pretende hablar de filosofía de la ciencia, es decir, de la base filosófico-metafísica en que se basa (muchas veces inconsciente y axiomáticamente) la ciencia. Aunque los profanos como yo no lo sepamos o no lo veamos, muchos de los paradigmas aceptados como dogmas científicos (incluida la “física newtoniana” por ejemplo) no son más que especulaciones cambiantes (de ahí que la física cuántica sea el paradigma emergente).
Lo grave es que se trata de paradigmas materialistas que, por ejemplo, reducen la existencia del ser humano “a la conducta electroquímica de las neuronas y sus conexiones” o el papel del planeta al de un objeto sin vida que debe ser explotado. Sin darse cuenta, uno muchas veces participa y alimenta estos dogmas que están bien infiltrados en la educación, los medios de comunicación y la cultura modernas.
Al mismo tiempo, la mayoría de conceptos que se ofrecen en el texto sobre la “visión espiritual” me son familiares y entonces el gran beneficio que me aporta el libro es proveerme de herramientas argumentativas y teóricas para justificar dicha visión desde una base sólida, “científica” si se puede decir así, y con fuentes rigurosas.
Hablando de argumentos, los temas más técnicos del ámbito científico, relacionados con física o biología por ejemplo, están muy claramente explicados para profanos como yo, haciéndolos muy sencillos, con citas y ejemplos transparentes; a la vez que creo que dejan muy patente cuáles son las fallas o virtudes de cada una de las teorías tratadas y el porqué de su necesidad, o no, de cambio.

La sección tercera del libro – La consciencia – en que se explica la existencia de la consciencia como una entidad separada de la mente y de los procesos cerebrales es vital para entender el libro y su perspectiva y también para comprender, en realidad, la existencia humana y universal en general. Esa sección es el eje del libro y creo que la información que allí aparece puede ser, para quien aún no la sepa o no la tenga integrado, una experiencia reveladora o, como dicen en inglés, a life-changing experience.
Cuando se entra en la sección titulada La consciencia en el pensamiento indio, para mí el libro se convierte en un deleite pues me siento en mi salsa, y aunque es posible que a los lectores pocos familiarizados con la filosofía índica les pueda parecer algo técnico yo creo que está explicado de forma clara e impecable.
Más adelante, en el capítulo La religión, las religiones me pareció muy valiente y lúcida la reivindicación que hace Avinash Chandra de la existencia de la religión y su rol positivo. Obviamente su exposición se contrapone al discurso más difundido actualmente que achaca a la religión todos los males (como las guerras y el fundamentalismo, por ejemplo) y que se inclina hacia la dicotomía de espiritualidad versus religión y justamente por ello es bienvenida y estimulante.
Para el autor, la religión bien entendida (donde prevalece “el espíritu antes que la letra” o “el fondo sobre la forma”) “es el caldo de cultivo de la espiritualidad, y a falta de esta la espiritualidad puede quedar, o bien en un espejismo vacío o, en el mejor de los casos, coja”. Me parece bien que alguien serio muestre todo lo positivo que ha aportado y puede aportar la religión y que, sobre todo, lo haga con argumentos rigurosos, de forma que si uno quiere puede usarlos para explicar su visión – que muchas veces es intuitiva – ante un interlocutor escéptico.

La sección final del texto – El Laberinto – me ha gustado especialmente. El capítulo La muerte es más que interesante, ya que tocar el tema de la vida después de la muerte es fundamental desde una visión espiritual. El autor nos adentra en las famosas pero ni siempre prestigiosas Experiencias Cercanas a la Muerte desde una perspectiva científica y aparte de ofrecer datos muy reveladores, me agrada el hincapié que hace en la idea de que la muerte no es siempre bella (ni siempre horrible) sino que depende de la vida que uno haya vivido.
Luego, el capítulo titulado El mal es un tema bien actual y universal que es muy pertinente de abordar ya que es el argumento más usado por los ateos para explicar la inexistencia de una Inteligencia superior. Lo bueno es que el texto despeja dudas para esas preguntas que todos nos hacemos (o nos hemos hecho) sobre la aparente injusticia del mundo o las ideas de un Dios imperfecto.
El último capítulo – Salir del laberinto – es muy bueno e inspirador. Un gran cierre para el libro en donde, además de comprometerse del todo dejando muy clara la línea editorial, Avinash ofrece, sin aires de maestro espiritual, algunas soluciones o ideas generales sobre qué hacer para salir de la situación actual en la que algunos dogmas de la ciencia nos impiden girar la mirada hacia la consciencia que todo lo impregna.

Mi conclusión es que, primero, El científico y el santo es un recurso muy valioso de conocimiento sobre ciencia y espiritualidad que cubre un amplio rango de tradiciones. Su lectura, además de proveer muy buen conocimiento teórico, tiene el efecto – al menos esa es mi experiencia – de promover la reflexión sobre las propias creencias y entender de forma más amplia y argumentada el rumbo materialista y hedonista que ha tomado el mundo.
A la vez, el libro ofrece cuantioso material fiable sobre la Verdad o filosofía perenne, que es la base de una vida humana con sentido y que, aunque uno ya sepa del tema, le sirve para reconectar y fundamentar mejor su punto de vista espiritual, religioso o incluso científico. Para leer esta obra no hay que ser científico ni necesariamente ser alguien “espiritual”, aunque ambos casos se sentirán muy aludidos con el texto, pues se ofrecen argumentos muy firmes para afianzar en sus creencias a las personas espirituales, a la vez que se presenta la visión espiritual de forma racional.
La intención del autor es, además, hacer pensar a quienes intuyen que “hay algo más” pero que necesitan buenos argumentos para así torcer la balanza hacia el lado espiritual.
Como detalle extra, la imagen de portada me parece hermosa. Felicito grandemente a Avinash Chandra por tan arduo trabajo y por haber llevado a término este proyecto de muchos años, que tiene un objetivo desinteresado y loable: el de hacernos reflexionar sobre la forma en que vivimos como sociedad y el de hacernos volver la mirada a las verdades eternas que los grandes hombres y mujeres de la historia siempre han conocido de primera mano.
Espero realmente que este libro sea beneficioso para muchas personas y que contribuya a mejorar la visión de nuestra sociedad moderna.

2 comentarios en “‘El científico y el santo’, una experiencia personal”

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