Todos los santos y maestros espirituales genuinos tienen en común el haber experimentado la unión con lo Supremo. Es justamente ese hecho lo que los convierte en guías aptos para acompañar al resto de las personas en el camino espiritual. El nombre de esta ‘unión con lo Supremo’ varía según la religión, la escuela filosófica o el estilo comunicativo de cada maestro. Por ejemplo, en la filosofía del yoga se habla mucho de samādhi, mientras que en el budismo se habla de nirvana.
Más allá de la etiqueta elegida, sabemos intelectualmente que se trata de una experiencia de transcendencia máxima que las palabras no pueden definir. Todos los maestros nos dicen que samādhi debe ser experimentado por uno mismo, pues las explicaciones teóricas no alcanzan, de la misma forma que el sabor del azúcar sólo se conoce probándola y no leyendo su proceso químico de formación.
De todas formas, y a pesar de la fugacidad de las palabras, los maestros pacientemente nos explican una y otra vez el temario espiritual. Lo hacen con diferentes términos y estilos, pero el temario esencial es siempre el mismo, adaptado para cada persona. A este respecto, Swami Premananda dio muchísimos discursos durante su vida y obviamente todos son útiles y válidos para los buscadores espirituales. Lo que pasa es que uno los olvida si no los lee con frecuencia o, mejor aún, los aplica en su día a día.
Sin embargo, las palabras dichas por Swami Premananda en respuesta a la pregunta «¿Puede decirnos cómo experimentó samādhi?» están destinadas a quedar en la mente de quien las lea. Se trata de un discurso revelador que, aunque pasen muchos años, seguirá siendo recordado como una de las grandes enseñanzas de Swami.
A continuación, lo publico de forma íntegra (también puede leerse online, hasta que se publique la edición de Enero 2013, en la edición de Diciembre 2012 de la revista del Sri Premananda Ashram, Prema Ananda Vahini. Clicar aquí).
La Bienaventuranza Impregna Todo el Ser
«Algunos aspirantes espirituales serios me preguntaron cómo experimenté samādhi cuando era joven. Tales experiencias son difíciles de describir en palabras concretas. Sin embargo, ya que me habéis preguntado, intentaré contaros.
Yo quería averiguar cuál era la esencia de la vida y el propósito de mi existencia y de mis poderes extraordinarios. Decidí que debía sentarme en un sitio apacible y simplemente mirar dentro de mí. Pero eso es muy, muy difícil. Hay tantas perturbaciones, tanto internas como externas. Es fácil viajar por el mundo en estos días, pero ¿es igualmente fácil viajar por el interior de uno mismo? ¿Cómo se puede conocer y comprender el Yo superior?
Yo quería mirar en lo profundo de mí. Quería tener la experiencia del espíritu supremo interno. Quería llegar a mi alma y traer esa conciencia divina al primer plano de mi mente. Sentía que aunque sabía que el espíritu supremo estaba dentro de mí, yo no podía sentirlo porque el cuerpo lo cubría. Mis cuerpos físico y mental de alguna manera contenían a la Divinidad y entonces pensé que mantendría a mi cuerpo en un sitio y empezaría a observarlo mentalmente desde el exterior.
Observé sólo rasgos físicos, tales como la cabeza, los oídos, los ojos, la nariz, la boca, las manos, las piernas y demás. Me sentí desapegado de estos rasgos físicos y quité mi mente de ellos, de sus exigencias y sensaciones físicas. Entonces ordené a mi mente dejar la forma corpórea externa y observar adentro. Me di cuenta que podía llegar a mi alma desde muy adentro y no desde afuera. Permanecí en la misma posición, en el mismo lugar, por muchas horas. No permití que mis pensamientos vagaran por el exterior. Sólo les permití recorrer mi cuerpo desde dentro y desde la coronilla de mi cabeza hasta la planta de mis pies.
Para entonces anhelaba realmente encontrar la fuerza suprema dentro de mi propio yo. Con todo mi ser concentré la mente en los vasos sanguíneos de todo mi cuerpo, esperando hallar esa Divinidad. Mi mente estaba tan concentrada dentro de mi cuerpo que no salía para tomar contacto ni con el cuerpo ni con el mundo exterior. No había ninguna conexión con lo externo. Estaba completa y plenamente dentro de mi cuerpo. Sentí paz. Me pregunté por qué había permitido antes que mi mente se fuese a correr afuera de mi Yo, pues seguramente todas las respuestas que buscaba estaban allí mismo dentro del Yo. No había necesidad de ir a ninguna otra parte.
De repente, inesperadamente, como una explosión interna, fui sobrecogido por intensas y abrumadoras sensaciones. Sentí que llegaba y entonces, de súbito, todo fue evidente. Estaba concentrándome tan profundamente dentro de mí y entonces… pude verlo. Pude experimentar la verdad dentro de mí. Estando inmerso en la verdad pude ver que había tomado un nacimiento bienaventurado y que tal nacimiento era muy, muy inusual. ¡Comprendí que es inusual; inusual nacer como ser humano! ¡Aún más inusual es alguien como yo que conoce y siente el espíritu supremo! Supe que mi vida no podría jamás volver a ser la misma.
Establecí cada parte de mí en el gozo y la dicha tremendos de la verdadera realidad. Fui consciente de cada parte de mi cuerpo en una realidad diferente; todo simultáneamente.
Ordené a mis ojos así: ‘Ojos, habéis visto todas las imágenes del mundo externo, ahora mirad solamente el espíritu supremo interno. No dejéis nunca de ver la vista más grande que puede verse, la brillante luz divina de la verdad. Todo lo que habéis visto antes en el mundo ilusorio; eso es todo falso. Debéis ver sólo este tattvam‘. Éste es el nombre en mi idioma, tamil, para la última realidad, lo absoluto, la verdad en el sentido más elevado. ¡Mis ojos estuvieron de acuerdo conmigo! Ellos reflexionaron que mirando afuera podían experimentar solamente bellos paisajes o flores encantadoras. Además, si se les presentaba una vista fea, sentían repulsión. Ahora verían siempre la amorosa luz interior y el afuera llegaría a ser irrelevante.
A mis oídos les ordené así: ‘Oídos, ¡escuchad! ¿Por qué oís charlas innecesarias, chismorreo y los banales sonidos de este mundo? Con vuestras actividades estáis echando a perder mi mente pura. Oídos, de ahora en adelante nunca escuchéis tales cosas‘. Mis oídos aceptaron y pensaron que el sentimiento que lograban escuchando canciones devocionales o satsang espiritual no podría jamás compararse con oír chismorreo, conversaciones vanas y los sonidos cotidianos del mundo. Les ordené que para permanecer siempre cerca de Dios, debían oír sólo cosas buenas y dejar que la mente permanezca en paz. ¡Mis oídos estuvieron plenamente de acuerdo conmigo!
Luego tuve una plática con mi nariz. Le pregunté por qué le agradaba solamente oler flores fragantes y por qué le disgustaban las cosas malolientes. Respondió que sólo obtenía sentimientos dichosos de los perfumes ricos. Le ordené: ‘¡Nariz! Desde ahora no hagas distinción entre una fragancia y una pestilencia. No hagas tales diferencias. Piensa que todo en este mundo es dulce al olfato y nunca te perturbarás. Recuerda siempre que dentro de este cuerpo está la luz de lo Divino que es por siempre sutilmente fragante. Esa fragancia sagrada está dentro de todos los seres. Es la Divinidad misma, impregnando toda vida. Entonces nunca volverás a sentir repulsión‘.
Finalmente, aconsejé a mi boca: ‘Boca, después de haber experimentado la Divinidad, no tienes derecho a decir simplemente lo que te place. Si quieres hablar o cantar, hazlo únicamente acerca de cuestiones concernientes a lo Divino. Muchas cosas pueden entrar en la mente, pero tú tienes permiso para hablar sólo positivamente. Tu compañera, la lengua, debe hablar siempre bien. Debes permitir que los buenos pensamientos generen palabras correctas y amables. De la mente con principios ¡sólo un hablar justo, puro y noble debe llegar a ti, boca!‘.
La boca coincidió conmigo, pero hizo una petición: ‘A veces, sin pensarlo y más allá de mi control, me salen palabras feas e hirientes. ¿Puedes ayudarme?’. Le dije a la boca que lo que hay en la mente es lo que sale en palabras, pero ahora que la mente se ha iluminado, la boca reflejaría sólo la iluminación de la mente. Mi boca desde entonces diría únicamente lo que es útil a los demás para su sendero espiritual.
Ahora la gran gracia de Dios fluyó a través de mí como una lluvia refrescante después de una sequía. Tal era su magnitud que sentí que podía esparcir esta refrescante bienaventuranza por todo el mundo. Verdaderamente comprendí que este nacimiento es muy inusual y que debemos hacer lo mejor de nuestra parte para experimentar las lluvias de dicha que Dios está dispuesto a dar. Vi todo mi pasado, mi presente y mi futuro. Una vida espiritual es un don excelso y maravilloso. Creedme, no es fácil en absoluto lograrlo. Es el resultado del mérito de muchos nacimientos previos.
¡Apegad vuestra mente a lo Divino de cualquier modo que podáis! Si deseáis, puedo ayudaros. Nací para ayudar a las almas que están tratando genuinamente de seguir el sendero espiritual. La decisión es vuestra».
Simplemente hermoso!!