Con todo este tema del libro de “Hijo de vecino”, últimamente he estado rondando, más de lo usual, recuerdos de antiguos viajes a la India. En algunos casos, las viejas anécdotas salen solas en medio de una presentación pública; asimismo, el recuerdo viene disparado por la pregunta de un presentador radial (“¿Qué fue lo que más te impactó en aquellas primeras experiencias?”); en otros casos, es una foto olvidada la que trae al salón de mi mente imágenes y sensaciones que estaban polvorientas en un escondido baúl neuronal.
De todos estos recuerdos, quizás el menos usado en más de un año y medio de crónicas digitales, sea el referente a la ciudad de Mumbai, también conocida como Bombay, la denominación dada por la colonia inglesa, que a pesar de haber sido modificada en 1995, aún mantiene bastante vigencia.
Extrañamente, a pesar de haber sido la primera ciudad que pisé de la India, allá por 2003, nunca escribí sobre ella. Y digo extrañamente, porque aquel primer viaje era el anhelado cumplimiento de mi deseo de conocer la India físicamente (ya que en la teoría y el papel me parecía muchas veces haber ya estado allí); y como tal, la primera impresión debería ser de las que dejan marca.
Empecemos la terapia, entonces.
Aeropuerto
Haciendo cuentas, me doy cuenta que de todos los viajes a la India, el primero fue el único en que mi puerta de entrada (y también de salida, como veremos) fue Mumbai. Para las siguientes excursiones, siempre preferí llegar a la ciudad de Chennai, todavía más al sur y más a mano del Sri Premananda Ashram.
En aquel primer caso, el viaje desde Argentina había tenido escala en Sudáfrica, para llegar después de varias horas a la capital comercial de la India, paradigma nacional del contraste entre la modernidad creciente del subcontinente y su pobreza insultante.
Como generalmente pasa al llegar, el sitio donde apoyé los pies por primera vez fue un aeropuerto. Una manera poco romántica de pisar una tierra sagrada. Sobre todo si se trata de un aeropuerto indio, ejemplo mundial de la burocracia.
A decir verdad, en aquel entonces poco me importaban las largas colas y los sellados, pues eran el precio a pagar por entrar finalmente a la ansiada India. En realidad, luego lo supe, la India también incluía las esperas y los trámites burocráticos.
Una vez en el escritorio de “Migraciones”, le preguntamos (pues viajaba con mis padres) al empleado si podía pasar toda la familia junta, y entonces el hombre hizo el famoso gesto afirmativo indio de mover la cabeza de un lado hacia otro. Un gesto que para un occidental es más parecido a un “No” o a un “No sé”, que a un “Sí”.
Por las historias escuchadas de primera mano, yo ya sabía del gesto; sin embargo, no fui capaz de decodificarlo a la primera. Tuve que preguntarle a mi papá si ese era efectivamente un “Sí”.
Con la satisfacción del que enseña algo lindo, mi papá dijo, “Claro”.
Con el tiempo aprendí a identificar el gesto afirmativo típico, e incluso a utilizarlo con asiduidad, aunque debo decir que mi flexibilidad colar es muy poca para imitar con garbo y plasticidad el famoso movimiento. De todos modos, a pesar de mi analfabetismo gestual, disfruté teniendo mi primer buena experiencia con la idiosincrasia india.
Una experiencia que, como es regla en la India, también venía de la mano de pequeños sinsabores.
Llegadas
Como ocurre normalmente con la mayoría de los vuelos desde Occidente, nuestro avión llegó a la India alrededor de medianoche.
La verdad no tengo claro el porqué de esta programación aérea. Quizás es para que los horarios de salida desde Occidente sean adecuados; quizás es para evitar llegar a la India en pleno día con todo el calor; quizás es simplemente un capricho de los husos horarios. La cuestión es que uno siempre llega a medianoche o más tarde.
Probablemente en otros países eso sería un problema mayor. En la India no, ya que es un país que nunca duerme. O mejor dicho, hay tantas personas, que mientras la mitad duerme, la otra mitad está despierta y sigue pareciendo que la vida continúa con normalidad.
Luego de pasar por el largo proceso de migraciones, estábamos listos para salir del edificio del aeropuerto a través de la puerta de “Llegadas”. Este es, creo, el primer gran efecto que uno se lleva al llegar a la India sin importar el aeropuerto al que llegue:
Por un lado, el contraste entre el aire acondicionado del interior del aeropuerto, y la temperatura y la humedad del exterior, que es como chocar contra una pared de calor. Pero, sobre todo, la horda de indios, que aplastados contra la baranda de recibimiento nos miran y gritan como si fuéramos uno de los Backstreet Boys.
Con la diferencia de que los gritos no son de “Guapo”, “Ídolo” o “Te amo”, sino más bien de “Taxi”, “Por aquí”, “Taxi, señor”, “Por acá”, “Hotel”, “Sus maletas”, “Taxi, señor”, “Taxi-hotel-por aquí señor”…
Es más, en mi ya quizás algo desvirtuado recuerdo, hasta me parece ver algunos flashes de los paparazzi-taxistas, como si intentaran fotografiar mi llegada, a la vez que subirme a la fuerza a un taxi.
Así como en las películas el desprevenido personaje abre de forma inocente la puerta de su casa para encontrarse con una marea de micrófonos, cámaras y luces, e inmediatamente la cierra asustado como tratando de entender lo que pasa; pues lo mismo nos pasó a nosotros.
Ahorro
La cuestión es que en aquel entonces el plan original era partir temprano la mañana siguiente hacia Kerala, al sur del país. Dicha partida sería en tren, y si no nos íbamos antes es porque no había un tren nocturno.
En nuestro presupuesto e intenciones no figuraba la idea de pasar la noche en un hotel de Bombay, la ciudad más cara de la India. Además, siendo ya pasada la medianoche y teniendo que ir muy temprano a la estación de trenes, no sé hasta qué punto valía la pena ir a un hotel en el que sólo estaríamos unas pocas horas.
Fue así que después del fugaz enfrentamiento con los paparazzi del otro lado de la puerta de “Llegadas”, empezamos a rondar por la sala de espera del aeropuerto, hasta que encontramos una especie de sala de espera alternativa, donde se estaba bastante tranquilo.
No estoy seguro, pero parecía como si no cualquiera pudiera entrar a dicha sala. Nosotros no teníamos nada de especial o de VIP, excepto el simple hecho de ser occidentales, un mérito, en todo caso, que difícilmente uno pueda atribuirse como propio.
Sea como sea, en esta sección había más aire acondicionado de lo usual (lo cual no siempre es bueno), un policía en la puerta cuidando el ingreso de intrusos, y varios incómodos asientos de aeropuerto, que al menos, estaban vacíos.
En previsión a nuestra potencial noche de ahorro, nos habíamos abastecido con algunas provisiones gentileza de SouthAfrican Airlines: agua mineral, latas de Coca-Cola, dos mantas, dos almohadones, cucharas, calcetines…
En cierto punto me sabe mal contar esto porque van a creer que soy un ahorrador excesivo (para decirlo de forma linda); pero bueno, éramos jóvenes. En realidad, peor queda contar esto por mis papás, que yo creo que volverían a repetir la aventura.
¿Qué puedo decir? De tal palo tal astilla.
Ventanilla
Después de una interrumpida noche de sueño, a las 6am salimos, en el taxi de uno de mis paparazzi, rumbo a la estación de tren.
Digamos que esta fue mi verdadera primera visión de la India. Fue la visión que me quedó grabada, mucho más que el aeropuerto, que a fin de cuentas es siempre igual aunque uno viaje diez veces y a distintas ciudades.
Hubo varios factores en ese viaje de media hora hacia la estación de tren. Por un lado, llovía, ya que se trataba de la época del monzón (en este caso, en la zona sudoeste del país). Esta lluvia, sumada al entorno pobre, sucio y caótico que me pareció ver en la periferia de Bombay, no daban una sensación acogedora.
A su vez, ese día (31 de agosto de 2003) se celebraba Ganesha Chaturthi, el festival anual en que se adora al Señor Ganesha, la deidad con cabeza de elefante, que entre otras cualidades es la deidad de los nuevos emprendimientos. En este sentido, no podríamos haber elegido un día más auspicioso para empezar aquel viaje.
Así, al entorno gris y sórdido que yo veía a través de la ventanilla del Ambassador, se oponían por doquier los improvisados templitos de Ganesha, junto a su imagen en todos los tamaños. Ganesha es el patrón de Mumbai, y eso se notaba en las calles.
De todos modos, poco tiempo tuve para observar con la ñata contra el vidrio. Ya estábamos en Lokmanya Tilak Terminus, la estación de tren también conocida como Kurla, y que se encuentra en las afueras de la ciudad, pero cerca del aeropuerto.
Desde allí salía nuestro tren hacia Kerala. En realidad, debería decir, desde allí salía el tren hacia Kerala. Lo de “nuestro”, todavía estaba por verse, ya que no teníamos billetes.
Tourist quota
En aquel entonces, los Ferrocarriles Indios (Indian Railways) aún no permitían hacer la compra de billetes por Internet. La única forma de hacer una compra anticipada en línea era teniendo una dirección postal en la India, donde a uno le sería enviado el billete por correo. Desde Argentina era imposible recibir el billete y tampoco teníamos algún conocido en Mumbai, por ende la decisión que tomamos fue la de jugarnos a conseguir un pasaje in situ.
Desde mi punto de vista, el sistema ferroviario indio es, en general, bastante bueno, siempre teniendo en cuenta que estamos hablando de la India. Salvo excepciones, siempre viajé en la segunda clase con literas (Second sleeper), que es muy accesible de precio, además de suficientemente cómoda. Por estas dos razones, los billetes se agotan con velocidad, sobre todo si se trata de un viaje largo como el de Mumbai a Kerala, que tarda un día y medio.
Teniendo esto en cuenta, era previsible que no hubiera billetes disponibles. Sin embargo, teníamos en la manga el recurso de la tourist quota, que es una cantidad de asientos reservados para los turistas. Generalmente, cuando uno es turista y pide esta solución, hay muchas chances de obtener un lugar.
Cuando finalmente abrieron las boleterías, los compradores dejaron pasar primera a mi mamá porque es mujer (y occidental), y acto seguido se lanzaron todos en malón a por sus pasajes.
El empleado de la ventanilla nos dio la noticia esperable (aunque no esperada), “Ya no hay pasajes para el Netravati Express en second sleeper”.
En este punto es conveniente aclarar que Kurla es una estación suburbana y pequeña. Características que descubrimos en el mismo momento de llegar, pues no teníamos ninguna referencia previa. Por ende, en la estación nadie sabía nada; no había un jefe de estación, ni tampoco tourist quota, opción sólo reservada a grandes estaciones, como supimos allí.
A/C
Ante la insistencia, el boletero nos ofreció una solución alternativa: viajar en camarote con A/C; que no era parte de una famosa banda de rock, sino la abreviatura de Air Conditioning (aire acondicionado). El precio, de todos modos, era bastante similar a si viajáramos junto a Angus Young, el guitarrista de AC/DC.
Aparte del precio alto, otro obstáculo era que no teníamos suficientes rupias para pagar los billetes con aire acondicionado, ya que no aceptaban el pago en dólares. La otra solución hubiera sido tomarse un tren suburbano hasta la estación central de Mumbai, y allí tomar otro tren hacia Kerala, que en ese caso demoraba dos días (y tampoco teníamos los pasajes).
Después de las deliberaciones decidimos comprar los billetes para viajar con A/C. Le dejamos unos dólares como garantía de reserva al empleado de la boletería, mientras gestionábamos el cambio de dinero con un muchacho que, un poco por arte de magia, había aparecido en el momento justo. A este respecto, creo que siempre que uno necesite algo en la India habrá alguien para, al menos, tratar de cumplirlo. Sobre todo si son negocios, o indicaciones de direcciones.
En cuanto al cambio de dinero, me estremezco al recordar que le dimos los dólares al muchacho desconocido, que a su vez fue a buscar las rupias a quién sabe dónde. Digo que me estremezco, porque suena muy ingenuo darle dinero a un desconocido, en una estación tren, y sentarse a esperar que nos traiga el cambio acordado.
Hicimos esto con la venia de mi padre, que sostenía que esta manera de transaccionar sólo es posible en la India, una tierra en que, según dicen las historias, uno puede dejar un lingote de oro en plena calle y volver a los cinco años para todavía encontrarlo allí, sin cambios.
Después de mi experiencia de robo en la India, no estoy tan seguro de si volvería a repetir la transacción de la misma forma. Lo cierto es que el muchacho volvió al rato con las rupias correspondientes, y a pesar de nuestra intranquilidad natural, todo anduvo sobre rieles (perdón, pero no podía evitar la metáfora ferroviaria).
Lokmanya Tilak
Mientras esperábamos la llegada de las rupias, seguían pasando cosas en la estación de Lokmanya Tilak. Cosas que son normales en las estaciones de tren, y sobre todo, normales en la India.
Por ejemplo, en la estación, que a fin de cuentas es una especie de gran galpón, con los andenes en el exterior, muchas personas duermen en el suelo, como si hubieran pasado la noche allí. No sé qué se puede decir después de haber hecho lo mismo, pero en el aeropuerto.
Asimismo, hay familias enteras que, en el medio de esta muchedumbre, hacen el ritual de levantarse, vestirse y desayunar como si estuvieran solos en su casa.
A su vez, en la entrada de la estación hay un camión con parlantes que emite a gran volumen algo que parece música devocional.
Al mismo tiempo, un nene corre desnudo entre los perros de la estación, mientras todos estamos rodeados de moscas.
Imágenes cotidianas de la India y las estaciones de tren, que quizás me pasaron algo desapercibidas por estar esperando la llegada de las rupias.
Por su lado, el empleado de la boletería se acerca a reclamarnos el pago en rupias, ya que su jefe le está haciendo problemas. La tensión se disipa cuando finalmente el muchacho vuelve con el cambio, y le abonamos todo al boletero, que aduciendo no tener vuelto para darnos, se queda con una propina que en estos días se llamaría “gastos de gestión”.
Detalle
Luego del largo viaje desde Argentina, la noche en el aeropuerto, el trajín de la estación y la tensión de los boletos y dineros, nos subimos al Netravati Express. Frente a nosotros había una pareja joven y un hombre solo. Hablamos un poco, no mucho. Era apenas mediodía pero teníamos muchas ganas de dormir.
Quizás hayan sido el cansancio y el sueño; o quizás la suma de factores enumerados más arriba. Lo cierto es que una vez en el tren no nos percatamos de un detalle primordial.
Mientras escribo estas líneas me viene la duda, entonces consulto primero a mi madre, y más tarde a mi padre, no sea cosa que la distancia me haya nublado el recuerdo y yo, en el afán literario, mienta a mis lectores.
Mis padres confirman mi sospecha. Sospecha que, además, cobra realidad en la inequívoca caligrafía de mis cuadernos de viaje.
Es así que sólo ahora, mientras rememoro, releo mis cuadernos de viaje y escribo esta diferida crónica, me doy cuenta de que aquel camarote (todo el vagón en realidad) no tenía ni una pizca del afamado y tan bien vendido A/C.
Viajamos un día y medio en segunda clase (que en realidad era nuestro deseo inicial), pero pagamos el doble de precio como si fuera A/C (constatado en mi registro de gastos del viaje), y ¡no nos dimos ni cuenta hasta hoy!
Ráfaga
No entiendo qué pasó. No sé si el hombre de la boletería nos engañó y nos cobró por algo que no nos dio. No sé si el guarda nos ubicó en otro lugar. No sé si las primeras horas en la India trastornaron mi lucidez.
Evidentemente, me indigno en retrospectiva. Aunque no sirva de nada.
Que la crónica de Bombay haya tardado tanto en ver la luz puede tener algo que ver con esto. No quiero decir con el aire acondicionado, sino con esta ráfaga de vivencias que yo creo no fui capaz de asimilar de manera adecuada en aquel momento, y quedaron a medias entre el inconsciente y la conciencia.
Los primeros recuerdos de la India, siempre un poco olvidados, ahora asoman la cabeza, dejándome notar incluso detalles muy grandes, de los que entonces ni siquiera me percaté.
Unas pocas horas en los suburbios de Bombay ya me habían marcado.
¿Qué pasaría, entonces, cuando volviera a la ciudad por varios días, al final de mi viaje? Mejor estar preparado.
Imágenes:
Has vuelto a las andadas!
Este post ya se parece más a los que nos tenías acostumbrados antaño: lleno de anecdotas que cabalgan entre lo sacro y lo profano, y experiencias que, contadas con la perspectiva de la distancia, resultan mucho más graciosas que en el momento de vivirlas…
y con un buen metraje!!!
Un abrazo